LA FERIA DE LAS VANIDADES

España rica y España pobre

No perdonarán jamás nuestro atrevimiento al salir a la calle aquel 4 de diciembre, ni al votar masivamente por una autonomía de primera

Manifestación reivindicativa por la autonomía de Andalucía el 4 de diciembre de 1977 ABC
Francisco Robles

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Las dos Españas del siglo XXI no son las que se enfrentaron en aquella guerra civil que quieren recuperar los nostálgicos de un pasado que ya no puede ser peor. Las dos Españas de hoy no tienen nada que ver con esos bandos que pretenden resucitar los que quieren ganar una guerra que no perdieron porque no estuvieron en ninguna de sus cruentas batallas. Las dos Españas de verdad son las que nadie quiere ver: la España rica de las comunidades privilegiadas y la España pobre que ha de callarse para no sufrir las críticas que generan las subvenciones que presuntamente recibe. Lo demás es cuento.

Si analizamos con frialdad aristotélica lo que se dice en estos días de cupos y conciertos, de declaraciones independentistas aplazadas para ganar tiempo, nos damos cuenta de que el fondo sobre el que se cimentan todas esas estructuras está muy claro. Lo que sucede es que nadie quiere verlo para no asomarse al abismo que nos sostiene. En esas comunidades privilegiadas por la riqueza y por la singularidad de unos conciertos y unos estatutos hechos a su medida, late un sentimiento de superioridad sobre los demás. Y los receptores de ese supremacismo somos, en primer lugar, los andaluces. No perdonarán jamás nuestro atrevimiento al salir a la calle aquel 4 de diciembre, ni al votar masivamente por una autonomía de primera cuando los calendarios marcaban el día 28 de febrero de 1980.

Entre unos y otros habían diseñado esa España de las dos clases, de las dos velocidades, de las dos formas de recaudar el dinero y gastarlo, de las dos maneras de entender una nación, esa España que se habría convertido en una extraña y desigual federación de nacionalidades y regiones. Nos cargamos el invento desde el sur, y desde entonces nos miran con superioridad, por no decir otras palabras mayores. Somos unos vagos, unos receptores de subsidios, unos incompetentes, unos creadores de identidad casposa que ellos tienen que sobrellevar cuando viajan por Europa y los confunden con palmeros flamencos o aficionados a los toros. No nos soportan, aunque lo disimulen. Y esa verdad sigue ahí, oculta, aunque de vez en cuando florezca en forma de exabruptos que son como puntas del iceberg del desprecio que acumulan.

Hasta ahora no habíamos comprendido por qué los progresistas -o eso dicen- del País Vasco, de Navarra o de Cataluña defendían los privilegios de sus comunidades en lugar de ponerse al lado de los más necesitados del resto de España. ¿Acaso no predica el progresismo la redundante progresividad fiscal? De pronto hemos descubierto la solución de esta paradójica ecuación de la desigualdad: quieren los privilegios para ellos, porque son vascos, navarros o catalanes antes que progres, socialistas o podemitas. Igual que hacen los que van de derechistas y presumen de un españolismo impostado. Al final todos son iguales. Lo primero es lo primero. El cupo no se toca. Lo dicen todos. Los de un lado del espectro ideológico y los del contrario. ¿Electoralismo? No. Va mucho más allá. La clave que no se quiere desvelar es más honda, y está cifrada en la pregunta que se hacen a solas y que nadie quiere revelar. ¿Por qué vamos a mantener con nuestros impuestos a los vagos del sur? ¡Que trabajen!

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