PÁSALO

El Dulce Nombre de su victoria

Y cuando la vio pasar me dijo: «¡Por fin un palio que suena!»

La Virgen del Dulce Nombre en su salida procesional del pasado Martes Santo ROCÍO RUZ
Felix Machuca

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He visto al sol jugar con las sombras y darles vidas en las gradas silentes del teatro de Taormina, inflamar de colores intensos los vitrales de las casas criollas de La Habana, esforzarse allá abajo, en Marrakech, para bañar a la Koutoubía con el rosado de la Giralda; he visto al sol jugar entre los estucos rojos de la casa del Fauno en Pompeya, despertar con su alarido de luces el sueño plácido de los sultanes del Alcázar, abismarse por el oeste en los atardeceres cinematográficos de Sanlúcar. Le he visto convertirse en Apolo en Nápoles. Y en flores blancas de cerezos en el Valle del Jerte. Siempre esplendoroso, virreinal, seguro de su poder y de su gloria. Pero nunca antes ni nunca después lo volveré a ver abatido, arringao, derrotado al encontrarse en San Lorenzo con la madre más Dulce del Universo, la única que con su gracia la vida se puede soportar. Junto a la lista de recuerdos imborrables que tengo del sol invicto le sumo ahora la derrota de un Martes Santo en la plaza más hermosa de Sevilla. Justo allí donde el sol salió ese día para alumbrar su capitulación, para cantar su desdicha de comprobar que en esa joyería divina donde el oro es gracia y la plata es música, un rostro celestial eclipsó su sinfonía de claridades y primaveras. Esa es la noticia, sevillanos. Que el Martes Santo no brillaba el sol. Brilló el Dulce Nombre.

Hay fotos que lo demuestran. Que se guardarán en los archivos de la memoria y del corazón. Y en los discos duros de vuestros ordenadores. Como si fuera un prodigio de la naturaleza. Ni las pirámides brillaron nunca tanto. Ni el faro de Alejandría iluminó con tanta intensidad el camino de los navegantes. Era su rostro una conmoción celestial. Un deslumbrante bamboleo de estrellas. La revelación gitana de tantas cosmogonías. Vino, como le cantaba la Lole, joven y fuerte, como un toro de Gerión, para pelear por lo suyo y hacer suya la triunfal tarde de un día vuelto del revés. Donde Sevilla, como la paloma de Alberti, peleaba por no confundir el norte con el sur, la noche con la mañana, la cuesta a subir con la rampa para bajar. Haciendo de la del Bacalao un tobogán de cera. Y se encontró el sol que despierta del invierno a las hormigas, que encala de luces los patios de macetas y guijarros, que ilumina la ciudad como si fuera toda ella un altar barroco de espigas y rosas; y se encontró, les cuento, con el rostro más luminoso que el sol, con la cara más bella de San Lorenzo. Y allí hocicaron Apolo, el faro de Alejandría, las pirámides de Egipto, el estucado de la casa del Fauno y los incendiados vitrales criollos de La Habana. Puedo exagerarme aún más. Y sostener que el Martes Santo, tras verle la cara a lo más dulce de la tarde, el sol tuvo que hacerse del tarro familiar de Nivea...

Tras una victoria tan espectacular, mi Señora, siempre fue la misma. Despacito. Paseó deslumbrando a Sevilla como lo hace cuando la tarde declina y los vencejos de San Lorenzo imitan a las cornetas de la banda de las Cigarreras. Paseó con el garbo de sus caderas, con la plenipotenciaria serenidad de las reinas y con esa humilde majestuosidad de quien sabe que sus bambalinas estudian en el Conservatorio del cielo. Nunca la abandona la música. La música más celestial que suena en Sevilla. La música de unas bambalinas que se hicieron para eso, para sonar, para que se besaran con sus varales, para que cayeran del cielo como solo caen de los balcones los pétalos de los besos de los hombres, esas rosas triunfales desojadas para escribir en su caída garabatos de plegarias. Fran Narbona, un costalero que se desenvolvió con gusto al compás de las trabajaderas de Triana, Macarena, el Tiro y la calle Feria, cuando la vio bajar por la Cuesta del Bacalao me dio el artículo hecho: ¡¡por fin un palio que suena!! Yo que he visto al sol hacer sudar a las piedras del malecón, volver su faz a los girasoles de Lebrija, condenar a las bufandas a la pena de armario y llenar de luz los ojos de las niñas tempranas, la de las bocas frutales, doy testimonio de que no hubo un sol más brillante en Sevilla que el del Dulce Nombre del Martes Santo. Bajen los zancos por iguá. Que ahí queó para el mundo el día en que de una dulce bofetá arringanos al sol.

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