LA TRIBU

Dudas

Hemos pasado de una sociedad que tenía el castigo como primera medida a una que teme levantar la mano incluso en defensa propia

El Chicle, presunto autor del asesinato de Diana Quer ABC
Antonio García Barbeito

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Está claro que una sociedad democrática y madura no puede actuar como pistolero del Oeste que resuelve los problemas con diez puñetazos y unas balas. Está claro que una sociedad tolerante no puede contagiarse del veneno de sus miembros enfermos, delincuentes, homicidas, violadores, asesinos, pero precisamente por las virtudes antes citadas, una sociedad supuestamente avanzada, tiene que tener mecanismos de defensa y de castigo para quienes un día y otro, y otro, y otro, se proponen, y consiguen, desbaratar la paz de la convivencia. Es verdad que no podemos aplicar el código de Hammurabi y matar al que mata, pero tampoco será plan, supongo, de quedarse aguantando toda la leña que nos dan ladrones, atracadores, extorsionadores, violadores, asesinos, sicarios, gente que va del cuchillo a la pistola como quien va de la naranja a la pera. Hemos pasado de una sociedad que tenía el castigo como primera medida a una sociedad que teme levantar la mano incluso en defensa propia. Desde maestros y profesores que temen sufrir amenazas, cuando no una paliza, por corregir el comportamiento de un alumno, a agentes del orden que no pueden ni toser ante un delincuente. Y por si fuera poco, nosotros, que si usted propone un castigo de escarmiento para un criminal capaz de matar a quien sea, sale siempre una voz diciendo que así no se puede actuar. La mano por el lomo del problema es muy frecuente, aunque resulta extraño que esto ocurre siempre que el dañado no es el que recomienda medidas suaves.

Ahí está esa bestia, el Chicle, asesino confeso de Diana Quer, como ahí están otros que se dieron a las puñaladas por celos, por venganza, por impotencia, por pura maldad, y, sobre todo, porque saben que el castigo, por gordo que sea, será suave, de cama y comida seguras, de no trabajar, de no pasar ni frío ni calor, incluso de disfrutar de algunos extraordinarios. Se habla estos días, como se ha hablado en otros momentos —en caliente—, de la pena de prisión permanente revisable, y aun en caliente siempre hay alguien que sale y dice que eso es una barbaridad en una sociedad democrática, madura y moderna… Pues que sigan con sus penitas, que, en buena parte, son esas penitas las que animan a otros a seguir alternando cuchillos, escopetas y manos asesinas. Si quienes tienen intención de matar, de violar, de una venganza mortal, de resolver su problema con cuchillos o escopetas, vieran cómo otros de su calaña se pudren en un presidio, y en condiciones durísimas, veríamos qué pasaba. No pasaría nada por probar. Porque hasta ahora, la mano suave no ha traído más que abusos criminales.

antoniogbarbeito@gmail.com

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