EL RECUADRO

Los dones de don Manuel

Y sobre todos ellos, el ingenio. El humor como arma de destrucción masiva. La inmensa capacidad de síntesis en una sola frase de un complejo sentimiento o pensamiento

Manuel Olivencia Ruiz
Antonio Burgos

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SÓLO el Espíritu Santo regala sus dones. En la vida terrenal, hay que ganarse a pulso y a trabajo, a prudencia y a riesgos, el «don», el tratamiento de respeto, el reconocimiento del magisterio y de la maestría y nada digo cuando ambos, magisterio y maestría, van unidas en la misma persona. Cual era el caso de Don Manuel Olivencia. No se nos hacía el cuerpo llamar «Manuel Olivencia» a Don Manuel. A veces, si era por jurídicas, o mercantiles o académicas materias en las que se citaba su autoridad, hasta sobraba el Olivencia. En esta tierra de Manolos, de Manolo Chaves sin ir más lejos, Olivencia fue «Manolo Olivencia» pero muy poco. Casi nada, que diría Beni de Cádiz. Quizá en aquellos tiempos duros de la Transición y de la ceguera histórica de la derecha sevillana, en la que junto con otro Manolo que también dejó de serlo para convertirse en «don Manuel», Clavero, y con Jaime García Añoveros formaban como un triunvirato de esperanza en los afanes democráticos de la sociedad civil sevillana.

Pero Don Manuel no tenía sólo un don. Tenía muchos dones. Empezando por los del Espíritu Santo, que se le fue la mano con este rondeño de Ceuta, este ceutí de Ronda o este sevillano de Ceuta y de Ronda, donde El Rey lo creó caballero de su Real Maestranza, «la de los toreros machos» y también la de los andaluces con sentido del servicio a la región y a la Patria que saben poner la cara cuando todos cogen por comodidad las de Villadiego... pasando por sus negocios particulares. Dije que los dones de Don Manuel empezaban por los del Paráclito, de los que andaba bien despachadito: sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza. Y sobre todos ellos, el ingenio. El humor como arma de destrucción masiva. La inmensa capacidad de síntesis en una sola frase de un complejo sentimiento o pensamiento. ¿Humor inglés de los viajeros románticos en Ronda? ¿Retranca serrana? ¿Gracia sevillana mezclada con su cuarto y mitad de guasa marca de la casa y pasada por la Baviera de su mujer, Hanne Brugger? De todo había en el inteligentísimo Don Manuel, cuya aportación al mundo del Derecho no me corresponde y otros lo harán meritísimamente, Ley Concursal incluida. Lo que sí me corresponde es subrayar su humor como señal de inteligencia. Llegaba Don Manuel a las humedades traicioneras de los bajos de la Casa de los Pinelo para una junta de su querida Real Academia Sevillana de Buenas Letras (en la que me cupo el honor de que contestara a mi discurso de ingreso en una pieza llena de ingenio), y decía, sin quitarse quizá ni el abrigo:

—¡Señores, hoy hace frío hasta en la calle!

¿Qué es eso, sino signo de inteligencia y de sabiduría? Lo llamé un día «Magister Verecundiae», en esta tierra de sinvergonzones, cuando oliéndose la tostada de lo que se cocía en aquella Expo pre 92 que luego fue para muchos la Isla del Tesoro, dijo como comisario lo que pocos sevillanos pueden:

—Ea, señores, pues ya estoy yo en mi casa.

Y dimitió. Tras otra genialidad: explicarnos a los cercanos que había por allí quienes creían que una «auditoria externa» era que un otorrino adicto a la causa examinara los pabellones, no de la Expo, sino auriculares de los referidos constructores de la Isla del Tesoro. Honrado, como pocos. Maestro universitario, como caben pocos en docena. Supo, con muchos esfuerzos, hacer del viejo IUCE la precursora Facultad de Económicas. Nada del servicio público a España le fue ajeno, nunca retiró el hombro. Ni la cara, aunque se la quisieran partir. Fue maestro de Felipe González y de generaciones enteras de políticos sevillanos que no me dejarán por embustero. Tuvo del Derecho Mercantil y hasta de su «Código Olivencia» un sentido cercano y humano, y no se le olvidaba el consejo rondeño de don Juan de la Rosa:

—Don Manuel, déjese usted de tanto Derecho Mercantil. Lo importante es trincar la tela de golpe e irla soltando poco a poco.

Nunca la trincó, ni de golpe ni poco a poco. Y como serían de fuerte su personalidad y de grandes sus dones, que nunca nadie lo conoció como «el suegro de Javier Arenas». Ni cuando Javier fue vicepresidente del Gobierno. Descanse en la paz de Ronda, Excelencia. Me quedaré ya para siempre sin el tesoro de su correspondencia particular, todo un preciado catálogo de los dones de Don Manuel.

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