CARDO MÁXIMO

Disrupción cofradiera

No importaba el bagaje atesorado en la vida, toda la experiencia de martes santos vividos se había ido al garete

El Cristo de la Sangre, de San Benito, este pasado Martes Santo EP
Javier Rubio

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Al que se le ocurrió el invento del Martes Santo del revés deberían darle una medalla. En serio, sin pizca de guasa. Porque el experimento o lo que fuera consiguió llevar al territorio sacrosanto de la Semana Santa el paradigma de nuestros tiempos que se agazapa bajo ese palabro extraño y perturbador que viene a definirse como rotura o interrupción brusca. Y, lo que es más importante, con parecidos efectos. El Martes Santo de 2018 fue disruptivo y sirvió a la perfección para ilustrar el momento que vive la sociedad: no hay seguridades, todo se mueve bajo los pies.

No importaba el bagaje atesorado en tu vida, toda la experiencia de decenas de martes santos vividos con pleno uso de razón y conocimiento de los itinerarios de las cofradías se había ido al garete. Dios mío, qué confusión. Como sucede a menudo con la tecnología, el cambio de recorrido había igualado al guiri extraviado con el experto capillita. Los dos estaban exactamente igual de perdidos, a punto de invocar la suprema norma de la informática: apaga y enciende de nuevo. Daba lo mismo si tenías por delante la rejilla con los horarios de ABC en papel o la página web de abcdesevilla.es en el teléfono móvil. Toda la experiencia acumulada durante décadas conociendo y reconociendo los lugares asociados con cada cofradía en cada momento de la tarde se habían ido a hacer puñetas con el reseteo. Y nadie sabía manejarse.

De repente, te cruzabas con una procesión y tenías que pararte a pensar cuál era, si los capirotes eran blancos, encarnados o negros. Y una vez que lograbas identificar a los nazarenos con el escudo o cualquier otro distintivo inconfundible, la cabeza se pegaba chocazos contra la pared de la evidencia porque el recorrido que se dibujaba en un plano virtual para ir en busca del paso o sortear las filas de nazarenos era incompatible con el sentido en el que se movían los nazarenos, justo al revés de como mentalmente lo habías imaginado. De repente, estaba en otra ciudad con otras cofradías y otro día distinto al que durante cuatro décadas me había ido fabricando en el caletre: aplaudían una saeta del Sacri al Cristo de la Buena Muerte desde el balcón de la casa Longoria, una banda atronaba descompasada, una cuadrilla buscaba el efectismo del izquierdo a toda costa y un camarero apuntaba la cuenta en el mostrador con rotulador en vez de con tiza... Sí, lo reconozco: el martes viajé a un territorio extraño y desconocido y me sentí perdido y confuso.

Del Martes Santo de 2018 saco una gran enseñanza para la vida del mundo futuro (no me atrevo a decir que también para la resurrección de los muertos): todo lo que llevamos aprendido no va a valer un pimiento.

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