CARDO MÁXIMO

La cruz verde

Los creadores han trasladado su propia experiencia vital en los mismos escenarios donde sucedieron los hechos

Rafael Cobos y Alberto Rodríguez, durante la presentación de «La peste» VANESSA GÓMEZ
Javier Rubio

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Fue emocionante. Un chispazo vibrante en medio del cuadro tenebrista que Alberto Rodríguez y Rafa Cobos han pintado con los óleos del siglo XXI para ese lienzo digital que es el televisor del salón. Cuando apareció la cruz verde, no sé por qué, algo se me removió por dentro. Sí, allí estaba, iluminada por dos faroles con cristales de tal color, tal como la han imaginado los creadores de «La peste» en el emplazamiento donde debió de estar cerca de Omniun Sanctorum. La cruz verde, el árbol de la vida del Apocalipsis, que la Inquisición adoptó como emblema. Allí estaba la cruz verde y un inquisidor que traduce a Apuleyo y no es un sádico sediento de sangre como tantas veces se nos ha presentado y en cuya primera aparición en pantalla reza el «Anima Christi» de San Ignacio aunque las concesiones al gran público hagan que la recite en español y no en latín. Pero por primera vez en la pequeña pantalla —y aun en la grande, con excepciones— hay una ambientación tan cuidada que los protagonistas rezan oraciones de verdad y se abocetan de fondo las ideas teológicas de la Reforma —«solus Christus, sola fide, sola gratia, sola Scriptura»— de verdad en vez de los disparates con que nos tenían acostumbrados tantos productos audiovisuales de guardarropía y brochazo.

Lo que trasluce «La peste» es que los dos creadores han trasladado a imágenes —algunas tan impactantes como el patio de Monipodio— su profundo conocimiento no sólo de la historia de la ciudad, sino su propia experiencia vital en los mismos escenarios donde sucedieron los hechos. Las gradas de la Catedral debieron tener un aspecto bastante parecido al que se muestra y los bujarrones se citaban furtivamente en la ribera del Guadalquivir como retrata Eva Díaz Pérez en su novela.

Uno no puede más que emocionarse con la historia, pero sobre todo con el escenario, con el paisaje con figuras que componen el trasfondo para una trama policiaca trasplantada de nuestro tiempo. Y lamentarse de que no hayamos sido capaces hasta ahora de abordar con rigor la historia, con todo el orgullo de la ciudad fulgurante —que se intuye en la serie— y sórdida y lúgubre —que salta a la vista desde el plano inicial— que fue Sevilla. Ahí están los productores británicos, tocando a rebato tras el Brexit, para poner en circulación uno tras otro los episodios más gloriosos de su historia reciente —«The Crown», «Dunkerque», «Churchill»— en la que los británicos pueden reconocerse frente a la amenaza continental.

Sólo así, contando nosotros con nuestro acento nuestra propia historia, nos tomarán en serio y se enterarán en la Villa y Corte de que el «Monte Olimpo» de Jan Fabre del que en Madrid se hacen tantas cruces, y no precisamente verdes, se estrenó en España en el Teatro Central ¡de Sevilla hace dos años!...

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