TRAMPANTOJOS

Los colores de la Torre Prodigiosa

Ya se sabía desde hace tiempo que la Giralda tenía un tono rojizo. ¿Por qué olvidamos nuestro pasado?

La Giralda era roja en su coloratura original EP
Eva Díaz Pérez

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Sorprende que en una ciudad tan amante de las tradiciones y del pasado, asombre la noticia de que la restauración de la Giralda ha «descubierto» que la torre era rojiza hace siglos. La reforma ha confirmado lo que ya se sabía por investigaciones basadas en crónicas, documentos y pinturas, pero no ha destapado ningún secreto. Entonces ¿por qué parece que este hallazgo es nuevo? Lo comentaba el escritor y profesor de Historia del Arte Manuel Jesús Roldán en la Feria del Libro de Bormujos mientras hablábamos de Murillo y de otras grandezas del pasado. ¿Por qué esa desmemoria con nuestra Historia? Quizás es que vivimos en una dictadura del presentismo y de la noticia superficial que muere sin provocar la curiosidad del conocimiento. Este olvido quizás sería normal en una de esas ciudades adánicas en las que sólo existe el presente, pero Sevilla presume del prestigio de los siglos. ¿O es que eso del orgullo del pasado no es más que otra capa de apariencia?

La Giralda tenía un aspecto rojizo y hasta contó con curiosas pinturas murales. Más conocidas —por la iconografía de los antiguos grabados— son las manzanas doradas de época andalusí que se veían a una jornada de distancia cuando el sol las hacía brillar. Pero aquellas manzanas cayeron el 24 de agosto de 1356 en un terrible terremoto.

La Giralda parece a veces unida a una visión apocalíptica como ocurrió con otro seísmo, el de 1755. Cayó el cimborrio de la Catedral cuando se celebraba la misa de tercia, aunque no murió nadie. La leyenda cuenta que las santas Justa y Rufina impidieron que la Giralda se derrumbara. Una imagen de las santas patronas protectoras que por cierto pintó Murillo mostrándonos la Giralda con ese color almagre ahora redescubierto.

Cuando ese color ya no existía lo intuyeron los artistas. Juan Ramón Jiménez se admiraba del color de carne rosa de la Giralda. Y Sorolla, pintor de albuferas y marinas, ropas soleadas, olas y barcos, encontrará en Sevilla una hora hechizada: la del crepúsculo que dora los ladrillos de la Giralda. «Parecía que estaba encendida, la tranquilidad de la hora, el ambiente cálido asalmonado de la atmósfera», escribió obsesionado con esa imagen de la torre que quería pintar en «esa preciosa hora» que pasaba tan veloz que era imposible atraparla en un lienzo.

Hay muchas Giraldas, no sólo la de las postales y la archinarrada en malos versos. Está la desconocida Giralda del pasado y la que aguarda en la secreta metáfora de los artistas. Como escribió Romero Murube:«¿Sabe alguien quizás adónde va la Giralda esas noches negras en que desaparece de Sevilla?».

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