LA FERIA DE LAS VANIDADES

De Baños a Barbeito

Ese acento que Lorca temía perder es el que nos pierde a los sureños que tan mal hablamos el castellano

Antonio Baños, líder de la CUP EFE/ANDREU DALMAU
Francisco Robles

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Antonio Baños, que no Antoni Banys, se ha burlado de la forma de hablar de los andaluces. Seguro que este charnego converso se ha documentado para ello, y ha leído los sonetos lorquianos que están tan mal redactados que uno se los ha prendido de memoria: es lo que tenemos los andaluces, que como no sabemos hablar, nos contagiamos los unos a los otros. De pronto aparecen esos retazos de castellano mal escrito y la poesía tiembla de imperfecciones: «Tengo miedo a perder la maravilla / de tus ojos de estatua, y el acento / que de noche me pone en la mejilla / la solitaria rosa de tu aliento». Ese acento que Lorca temía perder es el que nos pierde a los sureños que tan mal hablamos el castellano. Que se lo digan a Bécquer, que ayer estaba de cumpleaños. Poesía eres tú, escribió el poeta de la Bética para adelantarse a las teorías de la comunicación que luego llegarían con Jackobson y compañía. Ya saben: hasta que el lector no completa el proceso, la obra no existe. Y cuando escribe de verdad, no es el poeta quien lo hace.

Este Baños seguro que nos daría un ídem si se pusiera a exprimir la lengua como hizo Góngora, cuando nos dejó el verso más claro y el más oscuro que se hayan escrito en nuestra lengua. El primero es un prodigio de blancura remarcada por la vocal más abierta: «La alba entre lilios cándidos deshoja». En el segundo, la tiniebla de la vocal cerrada se traspasa a lo semántico: «Infame turba de nocturnas aves». Góngora, que era de Córdoba, fue el impulsor de la Generación del 27, que surgió a los tres siglos exactos de su muerte para recuperar el brillo que el poeta andaluz le había sacado al idioma.

En esa generación brillaron varios mal hablados, que diría el académico Baños. Por ejemplo, Rafael Alberti, que elevó los esteros a la categoría más excelsa de la belleza cuando los vio rezumando azul de mar. De Aleixandre podemos decir que no sabía hablar ni escribir. Solo hay que leer sus «Diálogos del conocimiento» para comprobarlo. Jamás había sido tan vana y superficial la lengua que compartimos, por no hablar del poema que le dedicó a la delicada mano silente donde habita el amor. Los Machado también eran malos de narices. Antonio sabía que al españolito que viene al mundo ha de guardarlo Dios, porque una de las dos Cataluñas —toma guasa— ha de helarle el corazón. Y su hermano Manuel tenía el alma de nardo del árabe español, metáfora que Baños habría mejorado en cuanto se lo hubiera propuesto.

Así podríamos seguir hasta el infinito, que en la poesía española del pasado siglo XX tiene nombre propio: Luis Cernuda. ¿Hay algún poeta que haya llegado hasta el fondo de nuestra lengua sin forzarla, sin someterla a los artificios del ingenio, sin dejar que fluya el verso con ese coloquialismo que aprendió del monólogo dramático inglés? ¿En serio piensan estos racistas que somos tontos y que desconocemos la lengua que hablamos con nuestra fonética particular? Es cierto ese refrán tan antiguo como manido. No insulta quien quiere, sino quien puede. Y este Baños que no es Banys ha hecho un ridículo espantoso, además de quedar como un supremacista de tres al cuarto. Si escuchara la dicción andaluza y clarísima de Antonio García Barbeito, seguro que haría lo más adecuado en su caso: callarse.

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