COMENTARIOS REALES

Ascen y Alberto, 20 años

Una sociedad democrática que sepa honrar a los mejores, incluso en la derrota, será siempre superior a sus enemigos

Acto homenaje en recuerdo del asesinato de Ascen y Alberto hace 20 años por la banda terrorista ETA RAÚL DOBLADO
Fernando Iwasaki

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Cada 30 de enero, desde hace veinte años, acudimos a la catedral y a la calle Don Remondo instados por la ética y también por el amor. Las razones cívicas y éticas nos conciernen a todos porque son públicas. Las del amor son íntimas y familiares, pero precisan del calor de los demás.

Uno de los discursos más bellos y conmovedores de la Antigüedad Clásica fue la oración fúnebre que pronunció Pericles en honor de los soldados que murieron defendiendo a una Atenas derrotada y que Tucídides recogió en «Las guerras del Peloponeso». No conozco una apología más rotunda sobre la libertad y la justicia, los derechos y la democracia, que aquel discurso que Pericles desgranó ante los cadáveres de sus conciudadanos y los familiares de los caídos, pues luego de exponer las virtudes de Atenas proclamó: «Por una patria así fue por la que murieron estos, cayendo con toda nobleza para que no les fuera arrebatada por la sinrazón, y así es justo que quienes quedamos procuremos desvivirnos por ella».

¿Qué significa recordar a Ascen y Alberto ahora que «Patria» es un fenómeno editorial, ahora que el entorno de ETA gobierna incluso en Navarra, ahora que toda España se ha reído con «Ocho apellidos vascos» y mientras un prófugo de la justicia denigra a nuestra democracia pregonando desde Bruselas y Copenhagen que el franquismo sigue vivo? Lo primero que hay que decir es que Ascen y Alberto murieron para que todo lo enumerado fuera posible. Las libertades que todos disfrutamos han costado las vidas de miles de víctimas, y Ascen y Alberto las representan a todas porque ellos encarnan la democracia y la sociedad civil, a los servidores públicos y a sus familias, a los caídos y a quienes los lloran desolados. Honrando a Ascen y Alberto honramos a todas las víctimas, prescindiendo de las diferencias partidarias, profesionales y geográficas.

En realidad, cada 30 de enero, siento que todos los discursos, artículos, recordatorios y homenajes que tantos sevillanos públicos y anónimos dedicamos a la memoria de Ascen y Alberto, tienen el mismo cometido que se propuso Pericles hace dos mil quinientos años: recordarnos que una sociedad democrática que sepa honrar a los mejores —incluso en la derrota— será siempre superior a sus enemigos.

Ignoro si ETA entregará alguna vez sus armas y no descarto que dentro de unos años tengamos que cubrir con ceniza nuestra perplejidad, pero mientras seamos capaces de mantener el sentimiento que nos llevó a tomar las calles de Sevilla hace 20 años, seguiremos siendo superiores a nuestros enemigos aunque los indulten, aunque se alíen con otros como ellos y aunque ganen elecciones que barnicen de legalidad sus atropellos.

El sentimiento que nos embargó aquella madrugada fue el amor. El amor de los amigos, el unánime amor hacia los niños, el amor por unos padres destrozados y ese amor en la adversidad que a todas las parejas nos traspasó pensando en Ascen y Alberto entrelazados bajo la lluvia. Desde hace 20 años velamos la eternidad de aquel amor.

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