LA FERIA DE LAS VANIDADES

Amadeus en la Feria

Cualquier día de estos veremos «Amadeus». Y honraremos la memoria de Milos Forman tomándonos una rubia en la calle Nerudova

Milos Forman recibiendo el Giraldillo de Oro en el Festival de Cine de Sevilla en 2004 RAÚL DOBLADO
Francisco Robles

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Tenemos que ir a Praga para rendirle culto cervecero —también vale un buen tinto— a Milos Forman. Ha muerto un tipo que me hizo feliz durante el tiempo que dura «Amadeus», la película que sirvió para derribar el mito cursi y sensiblero de uno de esos genios que da la humanidad cada cierto tiempo: Mozart. Lejos de idealizarlo al extremo del ensimismamiento artístico, Forman nos descubrió al Mozart verdadero, al que se reía de su propia sombra para que la muerte tan temida no se riera de él. Por eso tenemos que ir a Praga, a la cervecería de la calle Nerudova —de ahí tomó su nombre artístico Neruda—, donde un mediodía escuché un concierto que a Mozart le habría hecho descoyuntarse de risa, por no decir otro verbo que empieza y termina igual.

Al joven Amadeus —nunca fue viejo por culpa de su temprana muerte— le encantaba el humor escatológico. En sus óperas bufas se cantaba el caca, culo, pedo, pis. Y precisamente el tercer elemento de ese cuarteto para cuerda —la que cada uno tenga— fue lo que sonó aquel mediodía del 94. Dos matrimonios alemanes ocupaban una mesa con bancos sin respaldo. No estaba Forman, que es cliente habitual, con lo cual se perdió el espectáculo. De pronto, uno de los dos señores levantó uno de los glúteos de forma ostentosa para soltar un vibrante redoble de viento. Camisa de cuadros, pantalón corto, calcetines negros tobilleros y sandalias de material. Como para soltarlo en Guess o similar. No contento con ello, el tipo en cuestión repitió el numerito.

Valga la anécdota para desacralizar la mitificación a la que sometemos al personal en cuanto destaca por su obra. Forman hizo con Mozart precisamente eso: situarlo a pie de calle, dejarlo en el suelo para que viéramos sus miserias, su gusto por la escatología… y su genialidad. Porque el genio lo es cuando se sobrepone a las circunstancias y vuela por su cuenta sin que nadie tire de la cuerda hacia arriba. Lo demás es eso que se impondrá en la Feria de Sevilla a partir de hoy: el postureo.

La Feria de las vanidades, como se llama este artículo dominical en plan genérico y tal, es una plataforma espacial del figuroneo. Aquí el personal no se dedica a levantar la patita como el alemán de las sandalias con calcetines. En eso salimos ganando. Aquí se estila más el que recibe la oportunísima llamada en la caseta cuando llega la hora de pagar, «perdonadme, pero es un cliente de Madrid, muy importante, y aquí no hay cobertura, salgo y vuelvo en un momento». O ese conocido de lejos que se convierte en amigo del alma cuando pasa por la caseta de uno y lo saluda con un abrazo que deja en pañales al de Espartero en Vergara. Tras la demostración de cariño, el desembarco de Normandía esquina con Joselito el Gallo: una legión de cuñados, sobrinos, y demás parientes y afectos. «Las ganas que tenía de tomarme unas botellitas de manzanilla y unos platitos de jamón con mi amigo Honorio…» Da igual que el anfitrión se llame Honorato. Nadie le va a reprochar al gorrón su hazaña por ello. Ni nadie va a dejar de levitar con Mozart por muy escatológico que fuera. Cualquier día de estos veremos Amadeus. Y honraremos la memoria de Milos Forman tomándonos una rubia en la calle Nerudova. Sin levantar la pata, eso sí.

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