El río

El río, qué sonora es la palabra, qué alegre, y fresca como una marea líquida

Los ríos son sinónimo de tranquilidad MIGUEL MUÑIZ
Antonio García Barbeito

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Qué sonora es la palabra, y cómo ríe, y cómo corre. Dan ganas de decir «cómo corre y cómo ríe el río…» Se te hace agua la boca, la pronunciación, y por los labios te rebosa, dulce y transparente, sereno y domesticado, todo el río. Dices río y saltan barbos en la palabra, y saltan ranas y galápagos que estaban en la orilla, y por la superficie del agua de la voz las polluelas escriben la palabra urgencia, prisas, miedo… Dices río y se te viene al agua una alineada hilera de chopos, delgadas y altas sombras, chopos marciales alineados en la orilla. Dices río y cantan los pajarillos, y el aire se menea, alado y musical. Dices río y las hojas de lampazo estampan el tejido líquido de la umbría por donde se meten hasta media pierna las eneas y las espadañas y llegan, cabeceando, las mimbres que parecen tener un sueño de vida fluvial.

El río. Llega junio así, con antorchas de sol en las manos desde el alba por donde ya pintan arcoíris en el aire los abejarucos, hasta la alargada sobretarde del lubricán de vencejos y pajaritos del diablo, y el río vuelve a ser el que fue la primera vez que lo viste echado, tendido, como una alargada laguna olvidada. Estabas en una de las barrancas de su orilla, cavilando en tu puericia, que iba acumulando asombros; estaba tan quieta el agua, que pensaste que era un trampantojo, una ilusión de cristal espejeante; cogiste un guijarro y lo lanzaste al centro, no sin un gesto de irreprimible travesura de niño que lanza una piedra sobre una cristalera. Fue una puntada al agua, un sonido de zambullida de rana, y de ese centro empezaron a abrirse ondas que dibujaron en la superficie del agua relojes sin horas y sin manillas. La tarde se te llenó de misterios, y fue cuando pensaste que en cualquier momento podría emerger, entre las hojas de lampazo, una de las sirenas de río que habías soñado. Río de junio; río perfumado como un muchacho hombreado que quiere enamorar. Así se abría el río, dulce y amable, cuando las lluvias convertían en profundo bañadero incluso los vados y pasadas donde más se señalaban los estiajes. El río de las veras del verano, aquel río que no se desbordaría, que no crecería más, que apagaría su violento oleaje invernal hasta reducirlo a una quieta labor de lentejuelas; río que corría con el «agua tranquila / que pasa contando chopos / y descontándose vida.» El río, qué sonora es la palabra, qué alegre, y fresca como una marea líquida. Ahí lo tienes, aquel río primero, el río, el Río. Y al verlo tan sereno, le lanzas una piedrecilla y empiezan a dibujarse ondas en la superficie. Ondas como relojes que, ahora sí, marcan todas las horas vividas.

antoniogbarbeito@gmail.com

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación