Los tebeos

Mi abuela siempre insistía en que leyera libros de muchas páginas y de tapas serias, decía que los tebeos no eran una lectura seria y constructiva

Patricia Gallardo

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Que soy una lectora empedernida no es un misterio para nadie, al menos para los que me conocen de manera cercana o me siguen por las redes. El amor por la lectura me lo inculcaron en casa, en especial mi madre, que antes de ser una «curranta» de doce horas y dejar de tener tiempo libre para ella, leía todo lo que caía en sus manos, bueno todo lo que le dejaban leer, ya que mi abuela era un poco estricta en cuanto a sus lecturas. Mi abuela siempre insistía en que leyera libros de muchas páginas y de tapas serias, decía que los tebeos no eran una lectura seria y constructiva, se ve que era porque tenían demasiados dibujos para su gusto y que distraían de una buena lectura, solo le permitía leer algún tebeo (así es como se llamaban a los comic antes de la generación milenial), los fines de semana, vacaciones o como recompensa por buenas notas o buen comportamiento. Por esta razón, mi madre los guardaba como un tesoro, junto a las pesetillas que le daban para la alcancía. No obstante, esas restricciones no impedían que, de vez en cuando, mi tío y ella no leyeran a escondidas la pequeña colección que atesoraban. Una vez que se hizo mayor, se desquitó conmigo y con mi hermano, dejándonos que leyéramos lo que quisiéramos acorde con nuestra edad, incluidos sus amados tebeos. Así que pasé mi infancia y juventud leyendo todo lo de Astérix y Obelix, algo de Tintín (que no me maten los puristas, pero nunca me llamó demasiado la atención las aventuras del rubiales), pero sobre todo leía todos los retoños de la editorial Bruguera, Jana, Zipi y Zape, Súperlópez… con los que disfrutaba de lo lindo, pero sin duda mis tebeos favoritos eran los que salían de la pluma de Don Francisco Ibáñez; la de veces que me he reído con los líos de Mortadelo y Filemón, cómo Mortadelo evitaba a la secretaria Ofelia a toda costa, cómo ponían de los nervios al Súper intendente Vicente, ¡y cómo no! los maravillosos y rocambolescos disfraces de Mortadelo. Rue del Percebe, 13 era otro de mis favoritos por lo variopinto de sus inquilinos, nunca te dejaba de sorprender con qué engañaría el tendero a sus clientas, qué cosa inútil robaría el caco, cómo meterían más inquilinos en la pensión… teniendo estos antecedentes no me extraña que series como La que se avecina y Aquí no hay quien viva tuvieran tanto éxito. Actualmente me siento identificada con Rompetechos que siempre me había parecido demasiado exagerado, pero ahora que soy yo la miope entiendo más de una sus inimaginables situaciones, porque me he visto es más de una tesitura risible por andar medio cegata. El botones Sacarino y Pepe Gotera y Otilio eran geniales en todos los sentidos. En fin, se nota que me he leído todo lo de este autor, incluso cuando se recicló con Chicha, Tato y Clodoveo no pude parar de reír. Estos momentos felices de mi infancia, bueno y de mi adultez también, se los debo a ese caricaturista que nos dejó hace tan poquito. Don Francisco Ibáñez, ha dejado un gran legado en el mundo del comic a través de generaciones y un hueco enorme en la cultura española. Se ha llevado el cariño de sus lectores, y multitud de reconocimientos tanto en forma de sonrisas como de premios literarios, lástima que de estos últimos no consiguiera al final el Premio Princesa de Asturias en literatura, a pesar de que tantas voces de peso lo pidieran para él. Sea como fuere, esté donde esté, sus lectores le agradecemos de corazón todas las risas que nos regaló.

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