OPINIÓN

La Virgen de la Amargura

Por todo ello, por mucho que la actualidad gire, en esta columna tocaba esta semana elevar el vuelo, y hablar de algo que no se pasa

La Virgen de la Amargura. M. SASTRE
Miguel Ángel Sastre

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Si dejamos a un lado la triste y preocupante tragedia vivida en Marruecos hace unos días, parece ser que esta semana tocaría hablar, siguiendo las pautas de la efímera actualidad informativa, del desmontaje Constitucional, como si de un mueble por piezas se tratara, que están planteando algunos para mantenerse en el poder.

Sin embargo, en un tiempo tan carente de certezas, muchas veces para ordenar ideas necesitamos buscar amarres sólidos. Rocas indestructibles, faros que alumbren un camino seguro. Para quienes son creyentes, la Fe es una de esas certezas. Para quiénes han tenido una infancia feliz, sus recuerdos de ésta, así como todo aquello que lo conecte con ella, es siempre, también, garantía de seguridad. Para los cofrades, fe e infancia, además, suelen ir, con cierta frecuencia, de la mano. Porque, fe e infancia suelen estar representadas por una hermandad o imagen concreta. Es decir, la devoción a una imagen del Señor o de la Virgen determinada. Algo habitual en nuestra ciudad, provincia y en casi toda Andalucía.

Suele afirmarse que las matemáticas estructuran la cabeza; dicen que leer, por supuesto, también, pero escribir, quizás, lo haga también con una alta efectividad. Porque tiene algo de las dos anteriores: tienes que saber encajar muchas ideas en un tiempo o espacio acotado y, para eso, tienes que tener cierta relación con el lenguaje.

Por eso, escribir un texto, como un pregón, en el que puedas hablar de algo permanente como tu hermandad de siempre, de algo que mantiene su esencia año a año como un Domingo de Ramos, de quienes llevan décadas trabajando por una causa, tiene una doble función estabilizadora. Primero, por hablar de algo que no se desvanece con facilidad, segundo por tener que ordenar ideas y sentimientos y trasladarlos al papel.

Una noticia de hoy dura unas horas, en cambio, XXXVII son las ediciones que ha tenido el pregón de la Virgen de la Amargura. Más de medio siglo, su hechura, más de cuatro siglos la hermandad de la que es titular. La «religiosidad popular», es un símbolo de permanencia frente a nuestro mundo líquido. Debería significar paz en un mundo acelerado y cimientos estables en un tiempo en el que el suelo parece desmoronarse bajo nuestros pies. Debería significar un ejemplo de aprender a servir y trabajar, sin pisar a los demás. Y aunque no seamos perfectos, y a veces, las hermandades dejen mucho que desear, en su esencia más pura representan todo eso.

Y, por todo ello, ha sido un regalo poder pregonar a la Virgen de mi barrio, de mi infancia. La de los buenos y malos momentos de muchos de los que estuvieron sentados escuchando ese «humilde» pregón. Hacerlo, además, como una bonita coincidencia, en unos días en los que la ciudad de Cádiz volvía a mostrar la sana ambición que toda ciudad debería tener. Sana ambición de ser un lugar que se ofrece al mundo con todo su potencial: cultural, patrimonial, natural, gastronómico y humano.

Por todo ello, por mucho que la actualidad gire, en esta columna tocaba esta semana elevar el vuelo, y hablar de algo que no se pasa. Tocaba que el color burdeos o granate, la tiñese, como tiñe la vida de muchos y como tiñó mi pregón del viernes. Tocaba hablar de quien está en San Agustín, al fondo a la izquierda, pero que estuvo tras la reja. Tocaba hablar de la Virgen de la Amargura.

Porque, por mucho que digamos o que hablemos, por muchas cosas que pasen, por mucho que el mundo gire y las cosas cambien, Ella siempre estará ahí para acompañarnos y para cobijarnos bajo su manto.

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