OPINIÓN

Recuperar la dignidad

Un respeto y dignidad que deberían merecer todos aquellos que, con honradez, han dedicado tiempo de su vida a la política e intentado mejorar la vida de las personas a las que representan

No conocí a personalmente a Carlos Díaz, aunque sí que le tenga un gran aprecio concreto a una de sus hijas. En el día a día de Cádiz, de vez en cuando, se oía sobre él algún comentario relacionado con sus años de alcalde. Los ... mayores del lugar siempre hablaron de él como una buena persona; como quien intentó, aunque no pudo, iniciar la transformación de la ciudad de Cádiz, algo que años después sí que conseguiría Teófila Martínez.

Sí que conocí mejor y me interesó, por motivos académicos, ese primer Plan General de Ordenación Urbana que desarrolló durante su etapa en la alcaldía. Y es que, para investigar sobre el soterramiento en la ciudad de Cádiz - algo que me recuerda a la ayuda que me brindó el bueno de Juan Manzorro - es inevitable trabajar con los gigantes planos de ese plan de los 80' del Archivo Histórico Municipal en Isabel la Católica.

Ayer, los principales diarios de la ciudad hacían un esfuerzo por publicar interesantes monográficos que reforzaban su calidad humana, pero también la imposibilidad de llevar a cabo como alcalde ciertos proyectos.

Cádiz despedía de la vida terrenal el domingo a una de las cuatro personas que, desde la Transición, han conseguido sentarse en San Juan de Dios con el respeto que merece alguien que, con más o menos acierto, intentó dar lo mejor de sí para que la ciudad mejorase. Un respeto y dignidad que deberían merecer todos aquellos que, con honradez, han dedicado tiempo de su vida a la política e intentado mejorar la vida de las personas a las que representan.

Sin embargo, por diversos motivos que tardaríamos en analizar, la política se ha convertido no en un lugar para constructores, sino en el entorno perfecto para 'todólogos' destructores y jugadores de contraataque, por culpa de unos cuantos que la han embarrado.

Hace no muchos años, una persona respetada, podía entrar sin miedo en la política. Ahora, cualquiera que pone un pie en ella sabe que se expone a que su reputación se dinamite en forma de publicaciones en redes sociales y de noticias destructivas. Los jóvenes son conscientes de eso y, por eso, solo dan el paso motivados por una altísima vocación o, desgraciadamente, para encontrar un lugar donde creerse importantes. Esa reflexión la comparten personas que han estado o están en primera línea política, o quienes, incluso, han sido ministros, pertenecientes a diferentes partidos.

Y, aunque los algoritmos premien la polarización, curiosamente, en la mayoría de entornos fuera de la política, suele darse la circunstancia de que los ciudadanos no quieren esa crispación autogenerada. Aunque el resultado, sin esa tensión, sea mucho más aburrido.

En un mundo ideal, la política debería tener ese espíritu de reconocimiento mutuo que las diferentes fuerzas políticas en Cádiz, con el alcalde actual a la cabeza, han tenido estos días. Sin embargo, el momento que vivimos, en general, lo hace muy complicado. Y es que, frente a la más obscena y cutre manera de desconectar de la legalidad es muy difícil que haya reconocimiento cordial entre partes. Frente a los 'rescoldos' que quedan del partido que dirige como un kamikaze cuesta abajo y sin frenos Pedro Sánchez, es muy difícil el talante y la cordialidad. Quizás entre determinadas personas sí sea posible, pero en líneas generales, es complicado convertir, de nuevo, la política, sobre todo a nivel nacional, en un lugar para el acuerdo y la reflexión sincera, de tal forma que esta acabe llevando al respeto intelectual entre personas que piensan diferentes.

Por eso, mientras todo siga igual en La Moncloa, será muy difícil alcanzar esta utopía. Mientras tanto, quien quiera ver algo distinto que recupere la dignidad de la política, puede consolarse con el respeto entre diferentes en la ciudad de Cádiz para despedir a uno de sus alcaldes, a Carlos Díaz.

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