OPINIÓN

Una metáfora de la vida

Por eso, perder un Domingo de Ramos, perder una salida procesional, el corazón de esa metáfora, es perder una pieza del puzzle de nuestra vida

Existen en nuestra vida situaciones que, aunque no tengan conexión aparente, dejan en el interior una sensación parecida: la de un vacío inmenso. Un vacío relacionado, de alguna manera, con eso que llamamos «duelo», que no es más que el proceso psicológico al que nos ... enfrentamos tras algún tipo de pérdida, ya bien sea material o personal. Un proceso que suele pasar por diferentes fases de normalización y adaptación.

Cualquier experiencia o situación en la que ponemos tiempo, dedicación, ilusión o esperanza, si se acaba torciendo, suele dejar en mayor o menor medida esa sensación de vacío o duelo.

Cuando la lluvia y la incertidumbre se apoderan de la Semana Santa e impiden que ciertas cofradías puedan realizar su salida procesional esa desolación aparece. Máxime si esa incertidumbre o si esa lluvia, dentro de los días de la semana afectan al Domingo de Ramos. Y eso es lo que pasó hace exactamente dos días. Y lo que pasó ayer Lunes también. El cielo gris, lleno de calima, y con gotas que caían sin excesiva intensidad pero de manera repetitiva, fue el reflejo de cómo se sentían por dentro muchas personas. El Lunes Santo fue algo similar, aunque el polvo de arena en suspensión se desvaneciera.

Suele decirse entre los que viven con intensidad cofrade la Semana Santa que solo entienden su «locura» aquellos que comparten su «Pasión». Y es cierto que para muchas personas, incluso, católicos practicantes pero sin relación con el mundo de la Semana Santa es muy difícil comprender la intensidad del fervor cofrade. Es verdad que es difícil entender cómo unas gotas de lluvia que provocan la suspensión de una salida procesional pueden generar tanta tristeza y abatimiento. Puede parecer, incluso, algo irracional, que roza la superstición. Pero no. Si rascamos detrás, en ese abatimiento hay una carga racional que supera todo aquello que podamos pensar.

Muchos hemos intentado explicar a través de artículos o de intervenciones en los medios de comunicación que estos días no son días cualquiera. Son para quienes los vivimos con intensidad un anclaje permanente a nuestra infancia, nuestras raíces, nuestra familia, nuestro pasado, presente y futuro. Son sinónimos de lo permanente frente a lo cambiante, el antídoto a la modernidad líquida que se nos escapa de las manos. Son tierra firme en un mundo de arenas movedizas. Una tierra firme que, aunque parezca paradójico, conecta con lo más alto. Días que son todo eso, pero que se resumen en una frase que el domingo pronunció alguien que sabe de estrellas y de tocar lo más alto: Antonio Banderas.

Desde otro punto de Andalucía, desde Málaga, vestido con el hábito de su hermandad, dijo para todos que la Semana Santa es una metáfora de la vida. Y así es. Nos humaniza a todos, y nos lleva al rincón más limpio de nuestros recuerdos. A mirar a un paso con la mirada limpia de un niño que casi no sabe ni hilar una frase.

Por eso, perder un Domingo de Ramos, perder una salida procesional, el corazón de esa metáfora, es perder una pieza del puzzle de nuestra vida. Perder una salida procesional, es perder una oportunidad necesaria para reconectar. Aunque, sin duda, de esa pérdida también, como de todo, se sacan enseñanzas.

Hay quien no lo entenderá, y estará en su derecho de hacerlo. Sin embargo, para los que sí que sepan lo que en estas líneas se cuenta, sabrán, que este año muchos sentiremos que algo en nuestra vida, por minúsculo que sea, nos va a faltar.

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