Mentiras

«Quien miente tiene un punto de cobardía por aquello de tener miedo a responder ante una situación concreta»

Miguel Ángel Sastre

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Decía una canción de un grupo que marcó la infancia de los nacidos a mediados de los años noventa que «las mentiras forman parte de nuestra vida», que las «escuchamos todos los días» y que era «mejor escuchar mentiras» que la verdad, porque después una vez dichas, afirmaban, «todo se olvida».

No les faltaba, en parte, razón. Desde que tenemos conciencia hemos convivido con la mentira. Un ente que aparece y desaparece en diferentes situaciones y está motivado por distintas razones: mentiras por capricho; mentiras para evitar el dolor de alguien; para dañar a otra persona; para salvarnos de algo; para conseguir un objetivo; mentiras, simplemente, por gusto. Mentiras, en muchas ocasiones, por miedo a afrontar una situación. Mentiras, a veces, llamadas «piadosas», mentiras que se dicen a los niños para ocultarles un duro golpe o realidad concreta por su falta de madurez.

Quien miente tiene un punto de cobardía por aquello de tener miedo a responder ante una situación concreta. Algo que contrasta con todas esas películas y novelas que conocemos en las que quien parece valiente es aquel que obra con maldad utilizando la mentira como arma imprescindible.

El presidente del Gobierno de España, de momento, en funciones, es visto por gran parte de la sociedad española como una persona con arrojo. A pesar de todas sus faltas, incluso quienes le critican, lo dibujan como una persona a la que no le tiembla el pulso a la hora de tomar decisiones, por muy duras que éstas puedan parecer.

Sin embargo, si analizamos con detenimiento sus decisiones, en general, todas han tenido un único denominador común: salvarse a sí mismo. La valentía debe ser sinónimo de sacrificar los intereses particulares para que ganen los de la mayoría. En cambio, este no es el caso. Porque las decisiones que forjan su hemeroteca están directamente ligadas al sacrificio ajeno y no al propio. Por tanto, esa hipotética valentía es, evidentemente, un trampantojo de todo lo contrario. El valiente no es el que empuja a otros para que sean los que reciban los golpes, sino el que se pone delante para recibirlos él.

Y, además de lo anterior, hay otro denominador común en las decisiones de quien se sienta, por el momento, en el despacho principal del Palacio de la Moncloa y de quiénes le acompañan - un poco constreñidos - alrededor de la mesa del Consejo de Ministros: el desprecio a la verdad.

Rectificar es de sabios, no hay duda, pero este gobierno no rectifica, sino que modifica la realidad sobre lo que afirmó y lo hace, siempre, para ir a peor. El Presidente del Gobierno ha faltado a la verdad, yendo a posiciones peores sobre los pactos con Podemos, con Bildu, con los independentistas, con el Sáhara, con los datos económicos y sobre su gestión. Y de tal palo, tal astilla con sus ministros. Los que decían que la «amnistía no cabe en la Constitución» o que traspasar competencias como los trenes de Cercanías al Gobierno autonómico de Cataluña «era ilegal», ahora defienden ambas cosas sin despeinarse. Pasar, por tanto, de afirmar que iban a velar por el «cumplimiento íntegro» de la condena del 1 de octubre a indultar y amnistiar a quienes malversaron dinero público, es la guinda que faltaba a este pastel hecho con la mentira como ingrediente imprescindible de la masa.

Y llegados a este punto hay dos opciones: o nos mienten porque nos consideran a los españoles inmaduros y, por tanto, no capacitados para decirnos, de primeras, lo que piensan hacer o bien porque creen que seguir engañándonos es la fórmula más fiable para mantenerse en el poder.

Por tanto, una parte de los representantes públicos ha optado por la mentira como modo permanente de actuación, cada día y con cada asunto, agrandando el sanbenito que persigue a quienes se implican en la política sobre su capacidad para faltar a la verdad. Esperemos que, como dice la canción con la que comenzaba este artículo, «no todo se olvide». En nuestras manos está seguir, cada día, recordándolas para que eso no pase.

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