OPINIÓN

Incomodar al poder

Yo tengo claro que el humor puede fallar. Que unas declaraciones pueden ser desafortunadas. Nadie es perfecto

La reciente suspensión del programa Jimmy Kimmel Live! por parte de ABC, tras un monólogo sobre el asesinato del activista ultraconservador Charlie Kirk, ha dejado al descubierto una tensión contenida en los medios estadounidenses. No hubo una orden explícita de censura, pero sí una cadena de gestos que, en conjunto, dibujan un mapa preocupante: presión política, autocensura empresarial y boicot de afiliadas.

Disney, propietaria de ABC, justificó la pausa como una decisión empresarial para «evitar inflamar más una situación tensa». La Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) negó haber ejercido presión, aunque previamente había advertido que habría «trabajo adicional» si Kimmel no era disciplinado. El presidente Trump celebró la suspensión en redes sociales, calificando al presentador de «sin talento». Mientras tanto, dos de las principales redes afiliadas decidieron no emitir el programa, incluso tras su regreso.

Kimmel volvió al aire seis días después, con un monólogo emotivo y firme: «Nuestro Gobierno no debe poder controlar lo que decimos o no en televisión». Reconoció que sus palabras pudieron ser malinterpretadas, pero defendió su derecho a expresarse. La audiencia respondió con 6,3 millones de espectadores, récord histórico para su programa.

Con todo esto encima, es obvio que este episodio no va solo de un chiste desafortunado. Trata de cómo la amenaza de castigo, aunque no se concrete, puede inclinar la balanza, y de cómo, ya sea en medios o universidades de Estados Unidos, el cálculo de riesgos se ha vuelto más común de lo habitual.

Yo tengo claro que el humor puede fallar. Que unas declaraciones pueden ser desafortunadas. Nadie es perfecto. Pero cuando eso ocurre, lo razonable es explicar, corregir y seguir. Lo peligroso es que ese miedo se normalice. Que esa frase u opinión que incomoda, que cuestiona, que provoca, se autocensure por precaución.

Esa es la diferencia entre prudencia y miedo. Hoy, más que nunca, conviene recordarlo.

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