opinión
El valor de tener opiniones
¿Qué nos hace dar una u otra valoración en esta vida?
Hoy me estreno en este diario como columnista lo cual supone para mi un desafío muy interesante ya que soy poco dada a exponerme a la ligera y adoro estar en un segundo plano casi siempre. No obstante, he decidido salir de mi zona de confort- cuanto más mayor me hago, mejor entiendo esta expresión- y lanzarme al ruedo de la exposición mediática. Y ya que estamos, y después de darle muchas vueltas al tema central de mi primogénito en este género, me he decantado en mi debut por hablar del valor de las opiniones. Quienes me conocen saben que soy una amante confesa de la radio, y más en concreto de las tertulias. Me cautiva sobremanera la forma en la que los contertulios de turno siempre se posicionan de manera clara, sin titubeos, en todo tipo de cuestiones que se precien, o más bien, que les exija el guion. No es relevante la cuestión a debatir, su posición es categórica desde el minuto uno y sus argumentos tienen más peso que los de cualquier otro participante de la mesa. Y a mi, me tendrán que perdonar, me maravilla.
En un mundo saturado de información y perspectivas, la importancia de tener opiniones propias se vuelve fundamental, no solo como una expresión de identidad, sino como un ejercicio esencial para la comprensión y el diálogo. Pero ¿cómo se generan?, ¿qué nos hace dar una u otra valoración en esta vida? Las opiniones son a mi juicio el resultado de entrelazar nuestras experiencias, valores y percepciones, dando forma finalmente al rico tesoro de ideas de la diversidad humana.
Forjar una opinión no es un acto simple, sino un proceso complejo que implica la amalgama de diversos elementos. Desde nuestras interacciones sociales hasta las fuentes de información que consultamos, cada uno de estos factores contribuyen a modelar nuestras percepciones. La clave radica en ser conscientes de este proceso y cuestionar activamente las influencias que nos rodean.
La educación desempeña también un papel crucial en este viaje hacia la formación de juicios informados. Fomentar las habilidades críticas y el pensamiento analítico desde una edad temprana crea individuos capaces de evaluar los datos de manera objetiva y construir valoraciones fundamentadas. Sin embargo, este proceso no se ciñe solo a la educación formal. Es un compromiso continuo con la curiosidad y la apertura mental. Tengamos la edad que tengamos.
La diversidad de perspectivas es otro elemento esencial en la construcción de opiniones. Exponerse a diversas voces y experiencias amplía nuestro horizonte, desafiando nuestras propias preconcepciones y enriqueciendo nuestra comprensión del mundo. En un entorno cada vez más globalizado, la capacidad de apreciar y aprender de diferentes puntos de vista se convierte en un activo valioso y sobre todo, valiente.
Sin embargo, en esta senda para crear nuestros propios pareceres, la era que nos ha tocado vivir también supone un reto. La sobreabundancia de información distorsiona la formación de los juicios. La capacidad para discernir y filtrar lo que nos llega se vuelve esencial para separar la paja del grano y construir opiniones basadas en hechos verificables. Y no hay que ser periodista para ello. La responsabilidad recae por tanto en nosotros mismos como en aquellos que generan la información lograr cultivar un entorno informacional saludable.
En resumen, generar opiniones no conlleva estar anclado a dogmas inflexibles sino más bien abrazar la flexibilidad. La capacidad de reconsiderar y ajustar nuestras opiniones a medida que adquirimos más conocimiento es una muestra de madurez intelectual. Este proceso continuo de autoevaluación fortalece nuestras ideas y contribuye a un diálogo constructivo agrandando nuestro patrimonio personal. Por eso me fascina tanto la inmutabilidad de «mis tertulianos». Que capacidad para no tener en cuenta los argumentos del otro y dedicar un minuto a la reflexión de que quien te expone una realidad, como poco, tan cierta como la tuya.
