OPINIÓN

'Muerte al Gordo'

El humor en definitiva es el mascarón de proa, el rompehielos que permite a la sociedad avanzar y conquistar nuevos territorios en nombre de la libertad de expresión

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'Muerte al Gordo', así se llamó un coro escrito por El Libi y Valdés, y musicado por Guimerá, que alcanzó la final del concurso del Falla en 2001. Un apelativo, el de 'gordo', que hacía alusión directa a Jesús Gil y, velada, a Julio Pardo. Ese año 'el gordo', por cierto, ganó el primer premio con 'La gaditana' que dejó un memorable tango a la muerte de mi paisano Carlos Cano: «Tal vez fuera Falla el que lo llamó / pa' contarse sus dos almas enamoradas / entre Cádiz y Granada / quién quería más a las dos».

Al hilo de los acontecimientos, el nombre de la agrupación viene al pelo para titular esta columna. Y, es que, como saben, un incómodo cuplé de la chirigota callejera llamada 'Los muertos del fútbol' en el que implícitamente hacen chiste de la reciente muerte del corista Julio Pardo ha levantado la polémica y reabierto por enésima vez el debate sobre los límites del humor, que es como discutir sobre el sexo de los ángeles: inútil.

Es inútil porque jamás se va a llegar a un acuerdo o consenso para ponerle coto a la guasa por muchos debates, simposios, jornadas, congresos e hilos de Twitter que se abran para tratar el asunto. Porque cada persona tiene su propio sentido del humor al igual que cada cual tiene una nariz, una huella dactilar o un sentido de la responsabilidad personal e intransferible.

En dicha discusión se han vuelto a pasear las posturas clásicas o arquetípicas que tantas veces hemos escuchado cada vez que se abre el melón de la limitación humorística. Desde los legalistas, que restringen la libertad de la guasa entre la portada y contraportada del Código Penal atajando de raíz una discusión de carácter ético o moral, a los libertarios o talibanes de la libertad de expresión (los payasos sin fronteras), quienes consideran que el humor no tiene horizonte, pasando, cómo no, por los risibles, esos ingenuos para los que la linde de la guasa está en la risa.

Ah, y que no se me olvide en este bestiario de debatientes del humor nombrar a los tragicómicos: es un clásico el tertuliano que formula, citando supuestamente a Woody Allen, aquello de que tragedia+tiempo=comedia. «Los cadáveres, como el jamón ibérico o el vino de Rioja, hay que dejarlos que se curen», argumentaría alguien de la escuela tragicómica.

Yo, la verdad, no tengo una opinión formada al respecto, por lo que no pienso entrar al trapo por más que escriba bajo el epígrafe de Opinión: que como dice Manuel Jabois, lo mejor que puede hacer un columnista en un artículo es no opinar.

Mas no me resisto a preguntarme por la intención del chiste, en este caso del cuplé: ¿Qué pretendían estos chirigoteros? ¿Provocar las risas, provocar los abucheos, provocar a secas? Probablemente esto último, provocar, que es un componente esencial del humor corrosivo. Y el humor negro engancha, y hay auténticos yonquis de la cosa que cada vez requieren un chute mayor. Desde luego, lo que consiguen es violentar, incomodar y dividir, entre pitos y palmas, al respetable, tal como se aprecia en el vídeo. Creo que es un globo sonda que lanzaron para ver a qué temperatura estaba la calle.

El humor en definitiva es el mascarón de proa, el rompehielos que permite a la sociedad avanzar y conquistar nuevos territorios en nombre de la libertad de expresión: el humorista, en este caso el chirigotero, es un liberado social al que se le permite ir más lejos que nadie, y también han de saber que a quien se le concede un privilegio se le carga, por consiguiente, con una responsabilidad. Y atenerse, como es lógico, a las consecuencias de sus actos.

¿Es valentía?, se preguntan algunos. Lo dudo: valiente sería que se llamaran 'Los muertos de Mahoma' y denunciasen mediante el humor las atrocidades cometidas por los chiflados yihadistas. Que, por cierto, ahora que recapitulo creo que no se ha cantado una mísera letra al terrorista de Algeciras que asesinó al capellán en todo el concurso.

En fin, creo que lo mejor que puedo hacer es recomendaros la lectura de dos libros que tratan magistralmente el asunto de los límites del humor y, sobre todo, sus consecuencias: 'Nadie se va a reír', de Juan Soto Ivars, y 'El Colgajo', de Philippe Lançon.

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