OPINIÓN

Hay que matar a la bestia

«Desafortunadamente, uno de ellos falleció y otros dos, por diferentes motivos, no participan del COAC»

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Lo escribió Juan Carlos Aragón para 'Los Príncipes': «Solo se salva el buen humor de chirigoteros geniales, / lo que escribió Martínez Ares / y algo de lo que he escrito yo». Y es que a veces este autor, entre la demagogia y el chovinismo –que son las dos características principales del concurso–, encontraba hueco para soltar las verdades crudas, desnudas: como quien echa un gapo contra el viento tras haber masticado una rodaja de limón.

No le faltaba razón al autor de 'La Sereníssima' por muy vanidosa y maximalista que pudiera sonar la afirmación. En nuestra época –yo soy del 91– hemos tenido la fortuna de disfrutar de cuatro excelentes autores en su esplendor –probablemente los mejores de la historia del concurso–, dos de comparsas y dos de chirigotas, sobre el parqué del Falla: el propio Juan Carlos Aragón, Antonio Martínez Ares, José Luis García Cossío El Selu y José Guerrero Roldán El Yuyu.

Desafortunadamente, uno de ellos falleció y otros dos, por diferentes motivos, no participan del COAC. A día de hoy sólo tenemos en activo a Martínez Ares, quien, a su vez, vivió un retiro de 13 años: que son los mismos que lleva El Yuyu sin sacar chirigota –en 2010 presentó 'Los emires por donde se mire'–.

Cabe sumar las bajas de otros autores notables –sin llegar a la excelencia de estos cuatro magníficos– que por edad –vivos o muertos– no participan del certamen: Antonio Martín, Joaquín Quiñones, Paco Rosado o Enrique Villegas. Y un relevo que, como suele decirse, no termina de llegar, pese al buen hacer de El Bizcocho –en la onda de humor surrealista del Yuyu–, Germán Rendón –que últimamente parece perdido OBDCiendo a la doxa woke– y García Argüez –un sobresaliente letrista, promiscuo en sus efímeros matrimonios musicales y con una querencia populista que a veces le pierde–.

Estas ausencias, junto con la acrítica tendencia social predominante, han hecho del COAC un certamen ramplón de charangas mediocres y pretenciosas, excesivamente largo y que premia la demagogia, el sentimentalismo, el chovinismo, el sectarismo y el populismo. Un concurso, a la medida de un público mayoritariamente inculto, cateto y fanático; compuesto con la horma de un vulgo, populacho o chusma que de selecto tiene el sentido irónico del adjetivo.

Lo dijo Martínez Ares, con su 'Chusma selecta', sin un ápice de ironía por mucho que aprovechase el tipo de elitista o aristócrata para amortiguar dentro del contexto un mensaje duro, certero, necesario e impopular: «Hay que ganarse el derecho para abrir estas cortinas, / qué bonito quedaría aquí una hermosa guillotina».

Y sigue: «Que corten de un tajo / a autores mediocres, / peleas de castratis, / burlas de colegas, / fantoches sin gracia, / coristas a sueldo, / 'tobuze é pueblo',/ viñeros de pega, / promesas viejunas, / todos campeones, / cuarteteros con depresión/ […] la chusma quiere diversión». Resumiendo: «Dejemos la hipocresía: / preselección por decreto».

Mas no contentos con un mes de noches insufriblemente largas y monótonas –salvo muy contadas sorpresas por arriba y por abajo–, el Ayuntamiento, aupado por sus terminales mediáticas, quiere encajar en el paquete COAC, por ovarios, el concurso infantil y el juvenil: y encima te lo venden como que esto es lo mejor, lo más puro, la esencia del carnaval. En vez de vender un producto depurado y de calidad: unas tortillitas bien fritas hechas con camarones frescos, pretenden mercadear con el marisco a paladas.

De la gallina de los huevos de oro a la gallina de por huevos, de oro. «Hay que matar a la bestia», remataba Martínez Ares, «antes que crezca y nos devore».

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