opinión

José María González se despide de ustedes

«Si realmente se hubiese mantenido firme a este compromiso de dos legislaturas y no más, no habría mareado la perdiz hasta seis meses antes de las elecciones»

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Hay ocasiones en que la coherencia y el cumplimiento de la palabra dada se alinean con los intereses personales y/o de partido: entonces es el momento de los oportunistas. Me malicio que así ha sido en el caso de la despedida de Kichi como alcalde de Cádiz: dijo que no iba a estar más de ocho años y por coincidencia así será. Algo que tanto él como su entorno han aprovechado empaquetando el cansancio, el hartazgo y la desilusión con el envoltorio del compromiso, el valor de la palabra, la coherencia y la limitación de mandatos. El lacito ya se lo han puesto los periodistas afines.

Se requiere mucha ingenuidad o devoción para creer realmente que José María González no se presenta a las municipales de 2023 por cumplir con una autolimitación –importada de la política de EE UU– que se impusieron muchos de los llamados 'gobiernos del cambio' a su llegada a las instituciones. Si Kichi da un paso al lado es porque está muy quemado, al igual que el grueso de los gaditanos, desilusionados, que ya no ven a Salvochea en González, sino a un regidor mediocre, cansado, gris y más que amortizado.

Si realmente se hubiese mantenido firme a este compromiso de dos legislaturas y no más, no habría mareado la perdiz hasta seis meses antes de las elecciones, choteándose así del pueblo que gobierna. Esta puerta que ha dejado entreabierta, y que hasta el jueves no cerró, a una posible continuidad, se puede leer como una estrategia de partido que, como hacen los otros, está jugando a las 7 y media. Mas yo lo interpreto como el resultado de un análisis DAFO en que el Alcalde y su equipo han concluido que no les sale a cuenta repetir candidato. Como cuando sabes que tu pareja te va a dejar y, aunque no quieras, tú te adelantas cortando un par de horas antes.

Aunque pueda parecer baladí, la transformación física que ha sufrido el Alcalde de Cádiz en los siete años y medio que lleva fungiendo como tal –y que tan bien se aprecia, por contraste, en el vídeo de su despedida– es muy elocuente respecto a los factores que han precipitado su adiós. Si en 2015 vemos a un joven en buen estado de forma, con la melena ensortijada, enérgico, apasionado y que viste como el pueblo; en 2022 se nos presenta un señor apoltronado, orondo, con poco pelo, enchaquetado y con el andar y la mirada cansados.

Los comentarios gruesos de barra de bar dicen que Kichi se ha puesto gordo de las comilonas que se pega y de rascarse el ombligo en el sillón de la Alcaldía. Nada más lejos de la realidad. González ha vivido el desgaste del poder y lo que conlleva el sometimiento a un altísimo nivel de estrés. Cualquiera que haya padecido ansiedad sabe que esta, en lo relativo al apetito, puede discurrir por dos vertientes –que llegan a alternarse–: el cierre estomacal y la voracidad compulsiva. La degradación física del regidor es fruto de las comidas desordenadas, a deshoras, de los atracones producto de dicha ansiedad, de la dificultad para sacar tiempo y fuerzas para hacer deporte, seguir una dieta o almorzar en casa a fuego lento.

El pelo que ha perdido sumado a los kilos que ha ganado y al mate que le ha ido ganando la partida al brillo de su mirada son signos inequívocos de que Kichi está agotado, fuera de forma, sin ilusión y deseando que acabe de una vez su segundo mandato para retirarse de los focos y regresar a la comparsa y al activismo sindical. Lo de la vuelta a dar clases al instituto suena a chiste, como si yo digo que regreso a Estambul donde sólo estuve nueve horas haciendo escala en un crucero por el Mediterráneo.

En definitiva, a Kichi se le ha hecho largo y cuesta arriba Cádiz, y a los gaditanos se le ha hecho largo y cuesta arriba Kichi. Creo que ambas partes, de ser posible, firmarían el divorcio hoy mismo. Sólo esperemos que en estos seis meses sin horizonte que le quedan a González en San Juan de Dios no haga política de tierra quemada.

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