Festivalitis estacional

No sé cómo ni cuándo ni por qué ha sido, que ha llegado el día en que miro a mi alrededor y solo veo festivales, festivales y más festivales

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La provincia de Cádiz acusa este verano especialmente una 'festivalitis' aguda: menos mal que no es crónica, y en septiembre se irán con la música a otra parte y aquí nos quedaremos con lo genuinamente nuestro: el Carnaval y el flamenco. Seguro que me dejo unos cuantos, y perdonen la grafía, porque enumero de memoria: Tío Pepe Festival, Bahía Sound, No sin Música, DSoko Fest, Puro Latino, Cabo de Plata, Concert Music Festival, Cabaret Festival, Dream Beach, Música del Mar, David Guetta, Alejandro Sanz y Lo que te rondaré morena Fest. (Hay que ver la modita hortera esta de poner los nombres en inglés).

Parafraseando a Carlos Herrera, estos meses en Cádiz no cabe un artista más; desembarca uno por Barbate y cae otro al mar por Rota. No sé cómo ni cuándo ni por qué ha sido, que ha llegado el día en que miro a mi alrededor y solo veo festivales, festivales y más festivales. He de suponer que esto es positivo para la provincia hablando en términos pecuniarios y de oferta pseudo cultural. Además hay música para todos los gustos: De Bertín Osborne y Raphael ‒para los más rancios‒ a Alejandro Sanz y Pablo Alborán ‒para los más comerciales‒, pasando por las tribus indies ‒Lori Meyers e Izal‒ y los más modernitos ‒Maluma y Guetta‒. Ante la abrumadora oferta musical de la provincia, no me puedo resistir: me entran unas ganas locas de ir a ver a Morante torear en El Puerto. Y no es que no me guste la música, es que no pagaría un duro por ver a ninguno de los miles de artistas que pisan la provincia este verano. Mucho ruido, mucha gente, mucho calor. Yo hubiera pagado 50 mil pelas por ir a un recital de Carlos Cano y a otro de Silvio Fernández, daría hasta 250 euros por escuchar a Julio Iglesias o a Silvio Rodríguez en directo. Por Sabina quizás me sacaba 100 pavos del bolsillo, y por escuchar a Javier Ruibal, Silvia Pérez Cruz, Tomás de Perrate o Marizza me podría gastar hasta 50.

Aceptaría una invitación para ToteKing, Califato ¾ y para el musical de El Selu. Para lo demás ya tendríamos que hablar de cuánto me pagas tú a mí por ir. A Bertín, por ejemplo, me conformó con la convidá a la cena; para ir a C. Tangana y Nathy Peluso, 100 y porque esta tiene buen 'booty'; si es Camilo ya hablaríamos de 500 en adelante y ya, si pretendes llevarme a música electrónica tipo David Guetta, no me bajo de las cuatro cifras. Sí, musicalmente hablando soy un 'scort' de alta gama.

Ante tanta sofisticación, masificación, colonización cultural y desnaturalización musical ‒fruto del esnobismo de convertir Cádiz en 'Cadizfornia'‒, aún queda un reducto natural y genuino ‒allí donde Galdós inicia sus episodios nacionales‒ donde con paciencia, suerte y buen olfato uno aún puede dar con las melodías vírgenes que salen de las gargantas de los viñeros. En las noches tórridas estivales, en la puerta de un bache o de una peña, de manera improvisada y formando un corrillo en torno a la guitarra, todavía se cantan, copa en mano, pasodobles de Antonio Martín, Paco Alba, Villegas, Paco Rosado y Joaquín Quiñones. Eso sí que es un auténtico festival.

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