OPINIÓN

Vorágine

Imagino al President Torra, asomado al balcón del palacio de la Generalitat, rasgando esquizofrénico, cual Nerón que contemplase impávido las llamas que devoran su ciudad, las cuerdas de su lira

Imagino al President Torra, asomado al balcón del palacio de la Generalitat, rasgando esquizofrénico, cual Nerón que contemplase impávido las llamas que devoran su ciudad, las cuerdas de su lira. Alentando por un lado a los que incendian los contenedores y por otro dando las ... obligadas órdenes a los mossos para que acudan a reprimirlos. Cuando la política real, la que se manifiesta violentamente en las calles y no en la normatividad de las urnas y los Parlamentos, invade el territorio de tales paradojas es que algo grave está pasando.

La principal ocupación de un político, quizás la única, es ir colocando señales en el terreno pantanoso de la realidad. A modo del guía turístico que, en plena Ramblas, en la Barcelona cordial, levanta su paraguas de colores y lo agita para que no se le pierda ninguno de los japoneses que borreguean tras él. Los ciudadanos de a pie nos caracterizamos por no saber ni dónde estamos ni por dónde debemos transitar. Por eso les pagamos a los políticos, que tampoco lo saben, para que asuman la responsabilidad de trazar un rumbo que nos haga creer en la ilusión de que avanzamos cuando en realidad estamos condenados a no movernos de donde estamos. Esto ya lo expresó metafóricamente Lewis Carroll en A través del espejo, y después la biología evolutiva lo empleó, en su famosa Hipótesis de la Reina Roja, para indicar que la adaptación de las especies no supone ningún tipo de progreso, sino el mantenimiento de su frágil equilibrio con respecto al entorno.

Así que Quim se deleita tañendo su discordante melodía, o moviendo su contradictorio paraguas, en tanto da de comer a sus cuervos, esperando que la violencia callejera haga caer la independencia de Cataluña como fruta madura. Ya en su momento lo dijo Arzálluz en velada justificación a los chicos de ETA: «unos deben mover el árbol para que otros recojan las nueces». Mientras tanto, Sánchez se parapeta en la misma táctica que su antecesor en el cargo, aferrado a la Constitución con la misma fe de todos aquellos que acuden al campo de batalla convencidos de que Dios está de su lado. A su alrededor, unos recomiendan el diálogo y otros el empleo de la mano dura. Los más extremistas, no contentos con los palos que reparten las fuerzas del orden, ya sueñan con la Legión desfilando a paso ligero por Via Laietana. Y lo peor del caso es que ese deseo cala en muchos amantes de la Patria ansiosos de ver a Cataluña convertida en la Bosnia y Herzegovina del siglo XXI.

Da la impresión de que todos los actores directamente implicados en la vorágine saben lo que hay que hacer, pero ninguno de ellos tiene ni idea de lo que está pasando, ni menos aún de hacia dónde lleva todo esto. Nunca podremos estar seguros de si las grandes avalanchas de la Historia las provocan dirigentes que no saben estar a la altura de los acontecimientos, o si el extraordinario calibre que alcanzan a veces estos es el que determina la capacidad de los gobernantes para enfrentarse a ellos. Ahora parece que estamos abocados a una de esas situaciones donde hay que quedar a la espera de que ocurra un milagro para que la sangre no alcance las alcantarillas. Se me vienen a la cabeza las palabras de Céline: «cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón».

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