OPINIÓN

El viaje

«Intentar averiguar qué se esconde más allá del horizonte nos convierte en una especie única»

En la condición humana está grabado a fuego en su ADN. Intentar averiguar qué se esconde más allá del horizonte nos convierte en la única especie que campa a sus anchas por todos los continentes. Renegando de la zona de confort, sin apenas seguridad alguna de que la aventura nos deparará algo mejor de lo que dejábamos atrás, siempre nos ha podido más el deseo de mirar hacia lo desconocido.

A Moisés con su Tierra Prometida, a Ulises con su tortuosos regreso a Ítaca, a Marco Polo con su exótico Oriente, a Cristóbal Colón con su Nuevo Mundo, a Magallanes y Elcano con su trágica circunnavegación, les pudo más lo desconocido e incierto que el sufrimiento propio y ajeno.

El viaje es uno de los temas recurrentes en la literatura universal. De la Biblia a la Odisea, del Corán a los Libros de Caballerías . Ello lo convierte en un signo vital de la existencia, en una experiencia para la inteligencia, en un catalizador positivo del estado de ánimo y en una fuente inagotable de conocimiento.

Os propongo un viaje.

Nada más atravesar la puerta giratoria del hotel y ver una fila de taxis amarillos, nada más mirar hacia arriba y ver el cielo azul a cuadrículas, entendí que todo me era familiar.

«Un rio que viene cantando/ Por los dormitorios de los arrabales/ y es plata, cemento o brisa/en el alba mentida de New York» ( Poeta en Nueva York . FGL).

Nadie se puede abstraer de hacer los trayectos iniciáticos, de ver lo que ya conoce hasta la saciedad, de sucumbir a ser arrastrado por la muchedumbre que te lleva en volandas. Luces de Times Square te que provocan neones retinianos y hamburguesa en toda regla en Burger Joint, rodeado de 'Los sopranos' y escuchando música de Manolo García. Subir a lo más alto de ese Sky Line que deslumbra la noche cerrada. Recorrer a marchas forzadas sin querer perder detalle de los kilómetros de galerías del MOMA, MET, Guggenheim o del Museo de Historia Natural. Patear los rincones de la inmensidad del Central Park, lagos, puentes, casas, runings, ardillas y córvidos, embriagarse de aire puro y paz en medio de la Gran Manzana.

«La aurora de New York tiene/ cuatro columnas de cieno/ y un huracán de negras palomas/ que chapotean las aguas podridas » (FGL)

Andar a pie el puente de Brooklyn y mira la ciudad que no duerme desde el Dumbo. Saborear un auténtico bocadillo de pastrami en el renovado Chelsea Market. Recorrer el paseo de High Line cruzando edificios en construcción, casas de diseño e industrias abandonadas. Apreciar la calmosa inmensidad de la Biblioteca Pública con su silenciosa Sala Rose. Disfrutar del mejor jazz en el Village Vanguard y degustar un típico bagel de salmón y queso entre Chinatown y Little Italy. Deleitarse de la mejor música en la majestuosidad del Lincoln Centre . Recorrer Harlem, Bronx, Queens, State Island y degustar el mejor bocadillo de langosta en la esquina de la 55 St con Broadway. Certificar la obsolescencia de un metro sin mantenimiento. Bajar por la Avenida Lexington, la de los toldos verdes.

Un buen viaje no sólo se mide por el destino sino por la compañía. Merece la pena volver.

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