Los poetas están muertos

Seguimos sin distinguir el valor de la prudencia o, mejor dicho, confundiendo términos

Yolanda Vallejo

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Treinta años ha cumplido ya “El club de los poetas muertos”, una película que ha envejecido muy mal. Terrible y decadentemente ochentera, no puede disimular sus arrugas, ni el histrionismo de su protagonista - ¿alguna vez Robin Williams no ha sido histriónico? - y tampoco el mensaje “ ... happy flower” que marcaría gran parte de la década de los noventa; ya sabe, el “carpe diem” llevado hasta consecuencias inimaginables. Nos quedan, eso sí, el “¡Oh, Capitán, mi Capitán!” y el “hay un momento para el valor, y otro para la prudencia. El que es inteligente, sabe distinguirlos”. Inteligente, ha leído bien. Tal vez por eso, treinta años después, seguimos sin distinguir el valor de la prudencia o, mejor dicho, confundiendo los términos. Así nos va.

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