OPINIÓN

De marrón en Simago

Todo el mundo ha mangado algo alguna vez. En su adolescencia, por ejemplo. Usted también, reconózcalo

Antiguo Supermercado Simago, de Cádiz, junto al Mercado.
Ignacio Moreno

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Usted ha robado. Reconózcalo. Alguna vez. Una tontería, pero se la llevó. Era joven, probablemente adolescente. No había necesidad. Lo hizo con los amigos. Y sintió una mezcla de nerviosismo, subidón y una vez consumado el acto, una punzada de remordimiento. En mi época se produjeron unos cuantos hechos delictivos que fueron más comentados entre la chavalería que el caso del descuartizador de Cortadura o la incursión de Quevedo y Mágico González en un piso de Valdegrana con una jovencita. En mi barrio, Bahía Blanca, donde mi madre a mí me parió –concretamente en la clínica Carlos Rubio, a la que cantaran ‘Los Ricos’ del Selu allá por los 90– todo el mundo sabía cuándo tal o cual colega –omitiré los nombres por si alguno de ellos aún aspira a ser político– se había llevado unos Levi’s etiqueta roja de la tienda de la calle Valverde o quién era especialista en afanar la revista ‘Gigantes del Basket’ de la papelería. En el cuartito de Simago se tiró un amigo un par de horas por robar no me acuerdó qué, hasta que llegó su padre y le dio dos cosquis. Fue famoso el caso de otro amigo que en un viaje de 8º de EGB a Madrid mangó un llavero de El Corte Inglés. Aquí aún no había y si uno iba a Madrid de viaje de fin de curso y le llevaban a El Corte Inglés, ese mundo de escaleras mecánicas e infinidad de estanterías, era obligado trincar algo. En este caso fue un llavero de una bola de golf y claro, hacía bulto en el pantalón y el guardia de seguridad lo caló del tirón.

Ahora, después de tantos años, les puedo decir con absoluta certeza, que todos y cada uno de aquellos mangantes son personas rectas, currantas, padres de familia amantísimos y madres trabajadoras que prohíben a sus hijos que se coman un donuts en Carrefour, antes Pryca, hasta que no pasen por caja y lo paguen. Así que, sin justificar ninguno de los hechos anteriormente descritos, sí creo que no debemos exagerar. Que por culpa de la mierda de la corrupción, adobada con las redes sociales, se nos está yendo la pinza. Se nos ha descuajeringado la balanza de medir. Parece que es lo mismo robar cientos de millones en los ERE o ir repartiendo sobres llenos de billetes que afanar dos cremas. No me malinterpreten. Bien apartada de la función pública está Cristina Cifuentes. Los políticos tienen que ser ejemplo de rectitud en todo. Pero tampoco hace falta exagerar. Sobre todo porque hay algunos que son capaces de pintar la casa del padre de un concejal –contra el que por cierto aún no hay ni una simple denuncia– diciéndole barbaridades pero luego justifican que un comparsista se escaquee de pagar impuestos. O que su alcalde, en su vida anterior, amenazase con dinamitar todo lo que se menea litrona en mano. Que lo mismo hasta la mangó de un ‘armarsen’ de La Viña. Como ‘to quisqui’.

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