José Luis Ruiz Nieto-Guerrero

Lo realmente grande de él era su humanidad. Siempre estaba atento a ayudar al que se lo pidiera, un caballero y un auténtico Señor

Adolfo Vigo

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Hoy hace justo una semana que recibí un mensaje en el móvil que altero la tranquilidad de la tarde. «José Luis ha muerto», decía únicamente el texto. Sin más, sabía a quién se refería, quién me lo mandaba.

Permítanme que hoy no hable de política, de Cádiz, de lo que ha dicho o hecho Pedro Sánchez o el Kichi. Hoy, con el permiso de este periódico, quiero dedicarle esta columna a un buen amigo, a José Luis Ruiz Nieto-Guerrero.

José Luis es el mayor erudito de cofradías, tanto de las de Cádiz como de Málaga, Sevilla, etc…, que ha habido en esta ciudad. Sus conocimientos transcendían del más simple conocimiento de datos y fechas, cosas estas que con una buena memoria se pueden retener. La grandeza de él es, que además de conocer los datos, había estado presente en muchos de los hechos que en los últimos cincuenta años o más habían ocurrido en las Hermandades, por lo que no hablaba de oídas o por haberlo leído en internet o visto en los vídeos de ‘El Correo’.

Aunque se podrían dar numerosos ejemplos de la participación de José Luis en hechos internos de la Hermandades, restauraciones o adquisiciones, creo que no es el momento de ello. Lo realmente grande de él era su humanidad. Siempre estaba atento a ayudar al que se lo pidiera, un caballero y un auténtico Señor.

Aunque nuestra amistad empezó con una bronca que me echó por teléfono a causa de la intromisión de un tercero en una conferencia que él tenia prevista dar. Los hechos posteriores fueron limando las diferencias hasta que un día, para sorpresa de nuestro amigo en común, Ignacio Soto, el cual me lo había presentado y el nexo en común entre José Luis y yo, me preguntó por lo que hacia los viernes por la mañana. Al contestarle que trabajar en el despacho me hizo una curiosa invitación a desayunar con ellos, cosa vedada al resto de los ‘mortales’ salvo invitación expresa de él. Ahí fue cuando de verdad comenzó mi amistad con José Luis.

Nunca fui del circulo de sus ‘ahijados apócrifos’, como les denominábamos a aquellos a los que José Luis ayudaba con especial esmero, siempre por ver en ellos madera para los estudios o por la naturaleza de estos. Nunca lo pretendí pero, aunque llegué a su vida ya en estos últimos años, siempre me regaló momentos únicos hablando de Semana Santa o de nuestra carrera en común, la de Licenciado en Derecho.

Recuerdo momentos únicos en los que, junto a otros amigos, lo he visto reírse a carcajadas en esas quedadas a las que venia y en las que, como buenos cofrades, con unos papelones de pescado frito y unas cervezas se contaban miles de anécdotas de las vivencias alrededor de las Hermandades.

A día de hoy se me hace aún muy duro hacerme a la idea de no volver a desayunar con él esos viernes en los que me podía escapar de mis obligaciones. Muchos cultos no serán lo mismo sin la presencia de José Luis sentado en un banco, observando los altares.

José Luis se ha marchado como vivió, sin dar explicaciones, sin alzar la voz y sin molestar a nadie. Se nos ha marchado habiéndonos contado solo una mínima parte de lo que su memoria atesoraba de la historia de las Hermandades.

Allá donde estés, querido José Luis, disfruta de la paz del Señor y de la presencia de tus Sagrados Titulares. Un fuerte abrazo, Amigo.

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