OPINIÓN

Indígenas, patrias y zapatos

No sé muy bien qué son las patrias y me aterra el tratar de encerrarlas en frases grandilocuentes

Las frasecitas de los calendarios, los tuits de la gente alegre que posa con gatos o las citas de los más conspicuos escritores tienen en común que no sirven para los problemas de la vida real, en la que llueve en martes o la tostada cae por el lado de la manteca colorá. Son un disparo de fogueo, una nube de verano o, Dios salve a Drexler, un salvavidas de hielo. Con el Día de la Fiesta Nacional (le confesaré que he tenido que consultar en el oráculo Google cuál era el nombre exacto de la cosa) volvimos a leer frases como que la patria es el honor o que el país de cada cual está en sus zapatos, lo que genera incontables problemas de fronteras a quien, como yo, sea un torpón en las cosas del baile.

Las frases huecas y los patriotismos gustan de ir de la mano, de amarse y de engendrar hijos feísimos que no paran de enseñarnos últimamente con demasiada frecuencia quienes no tienen otra cosa en el carrito. No trate de acercarle mucho la mano o le acabará mordiendo.

«No hay nada que celebrar, cometimos un genocidio». Una frase epatante, de esas que podrían emplearse para ligar en determinados contextos pero que esconde voluntariamente que lugares como México, Guatemala o Perú tuvieron universidades e imprentas antes que en muchos puntos de otra Europa que no tuvo ninguna gentileza con los pueblos que fue encontrándose unos kilómetros al norte de los virreinatos. «España era una nación gloriosa, desde Tierra de Fuego a Flandes» puede servir para que a uno le inviten a una ronda en el bar siempre que no se recuerden las continuas bancarrotas que sufrió el país en sus autollamados siglos de oro y que condenaron a la miseria a sus castellanos viejos.

Si les digo la verdad, no sé muy bien qué son las patrias y me aterra el tratar de encerrarlas en sustantivos más o menos grandilocuentes, en percepciones infantiles y en conclusiones maniqueas. Desconfío de las definiciones interesadas y del alarde de los símbolos sabedor de que las banderas han servido, siguen sirviendo, para tapar demasiadas vergüenzas ajenas. Ser españoles nos ha venido dado sin pedirlo, por un azar fetal de alegre consecuencia, pero denostarlo de manera constante muestra la misma inmadurez que la del adolescente que reniega de su padre, en el fondo, porque sabe que es igual que él. O quizá porque, como ha suspendido Bachillerato, no tendrá la moto este año.

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