De periodistas y trincheras

El verdadero atrincherado, el sectario, es el que trata de desprestigiar a los medios y periodistas con los que no está de acuerdo; y tristemente cada día ocurre más dentro del que García Márquez llamó "el mejor oficio del mundo"

Gabriel García Márquez, cuando acababa de cumplir 32 años, en la redacción de «Prensa Latina», en Bogotá. ABC

Periodismo de trinchera. Así lo llaman. Los que saben. Los que lo conocen todo sobre la profesión. O eso creen. De hecho están convencidos de ello. Los periodistas con mayúsculas. Los que dan lecciones diarias, queriendo, eso sí, aparentar equidistancia. Porque ellos sí son imparciales. ... Periodismo de trinchera, dicen. Objetividad, claman. Imparcialidad, exigen. Sin ser mínimamente conscientes de que los atrincherados la mayoría de las veces son ellos mismos. Parapetados en su propia mediocridad, por más que lo traten de disfrazar de divismo periodístico. Así está la profesión. O parte de ella. Gabriel García Márquez, al margen de monumentos de la literatura como ‘Crónica de una muerte anunciada’ o ‘Cien años de soledad’, dejó para la posteridad una frase que pronunció hace ahora 25 años, en la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, celebrada en Los Ángeles en 1996: «El periodismo es el mejor oficio del mundo». En aquel momento servidor estaba en segundo de carrera y no podía estar más de acuerdo con el premio Nobel. Hoy, cinco lustros después, añadiría un matiz, que a buen seguro ‘Gabo’ sabía, aunque tuvo el detalle de omitir: los periodistas. En realidad, determinados periodistas. En esta profesión hay mucho talento, mucha honradez y mucho trabajo mal remunerado. Muchas horas de calle, de redacción y de teclado de ordenador. De teléfono, por supuesto. Muchos cafés para sonsacar información, muchas preguntas incisivas, valientes, incómodas. Pero también hay mucha medianía, mucho incapaz y mucha estulticia. Tanta, que son incapaces de comprender, a estas alturas, que el periodismo ‘objetivo’ no existe. Sencillamente porque es imposible. La objetividad, como ellos la entienden y proclaman, es inalcanzable desde el momento en que cada lector tiene su propio criterio. Y un mismo titular, una misma noticia, es interpretada de mil maneras distintas, tantas como receptores haya. Las líneas editoriales de los medios de comunicación son absolutamente necesarias, además de muy recomendables en una democracia sana. Lo único que estamos obligados a exigir es honradez. Pero esa línea editorial, siempre perfectamente marcada, está muy por encima de cualquier director, editor o redactor. Es el gran valor de cualquier medio. Todos conocemos la de ABC. La de El País. La de El Mundo. La de La Razón. Por citar los medios escritos más tradicionales. Ninguno de ellos engaña a nadie. Y no obedecen a intereses ocultos o perversos. Todos han sido fieles a sus ideas con gobiernos de derechas y de izquierdas. Ese es su valor y por eso se ganan la fidelidad de miles de lectores. Cada cual puede escoger en libertad la que prefiera, respetando al resto. Esa es la clave: libertad para elegir. Y libertad para escribir, sin más cortapisa que la propia ética profesional. Todo aquel que se dedica a informar, a opinar, sabe perfectamente que muchos no estarán de acuerdo con sus escritos. Sólo esperan que se les respete, más desde dentro de la profesión. Tristemente, cada día es menos frecuente.

Pero por insistentes que resulten, no debemos perder el foco de que los sectarios son ellos, aquellos que tratan de desprestigiar a según qué periódicos y según qué periodistas por el hecho de no estar de acuerdo con ellos, porque no toleran al que piensa diferente. Ahí radica su ignorancia. En no saber distinguir. Lo cual desemboca en intolerancia. Y aún más se agrava cuando se trata de periodistas que trabajan en medios con los que ellos mismos no comulgan. Lo cual les provoca frustación y rencor. Y por eso hablan de periodismo de trinchera. Por resentimiento. Por odio incluso. Y eso sí que es peligroso. Infinitamente más que la legítima y necesaria línea editorial de un periódico. Sea la que sea mientras se base en la honestidad.

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