Opinión

De pronto, un volcán

La naturaleza no tiene intención, ni discurso, ni fin moral

Francisco Apaolaza

Esta funcionalidad es sólo para registrados

«De pronto, un volcán», me digo, pero el volcán llevaba allí cientos de miles de años. Nos acercamos a las cosas envueltos en las emociones más caprichosas como esta sorpresa ante lo inexorable. Si algo sabemos es que el Sol sale por el este ... y que tarde o temprano, el volcán extenderá su manto negro de lava desde la cumbre hasta la playa. Pero ahora anda por ahí gente que no se puede creer lo que ha pasado y tampoco el maltrato de la naturaleza hacia el hombre, la traición de echarle sobre la piscina una capa de doce metros de piedra incandescente. No casa con la imagen de la Madre Tierra, infinita y sabia, y el mundo como un continuo de escenas en las que, al atardecer, los animales bailan graciosas coreografías cantadas en español por alguna estrella salida de un concurso de talentos. De esta fantasía en la que Gaia nos habla pero nosotros no la entendemos. Y no. La naturaleza no tiene intención, ni discurso, ni fin moral. La naturaleza es una hija de puta de la que hay que estar alerta como el caballo en el prado barrunta el depredador y galopa, el pescado abandona la zona del terremoto y el pájaro confundido por el eclipse busca abrigo en la rama en la que se posa tembloroso. La Tierra nos dio asiento, comida, materiales para abrigarnos y vegas para cultivar, pero la realidad es que, si no nos protegemos de ella, nos quitará de en medio más pronto que tarde por mucho que andemos rezándole salmos a la Pachamama.

Artículo para resgitrado

Lee ahora mismo todos los contenidos de ABC

Mensual Sin precio, gratuito Pruébalo
Anual Sin precio, gratuito Suscríbete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia