La tierra sigue viva

Detenerla no está en nuestras manos, pero sí alejarnos de los espacios cuyos peligros acechan

José María Esteban

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Cuanto más conocemos, y hemos viajado mucho y lejos, más inmenso y sorprendente nos parece el mundo. Las personas que lo poblamos desde hace miles de años, hemos ido creando ciudades que son la frágil extensión formalizada hacia arriba del suelo que pisamos. Los enclaves urbanos tallan las formas modelándolas como material propio y pasajero. Atienden a condiciones de agua potable, bienes, fenómenos atmosféricos y sobretodo configuraciones y materialidades geográficas. Sucede demasiadas veces que nos da por situarnos en parajes de ingrata cohabitación con los desperezos del planeta. Turquía y Siria, ahora reiterada y terriblemente, Japón, Centroamérica o los miles de islas en los océanos, dentro de circuitos volcánicos, describen un histórico de avisos que indican que allí, la naturaleza nunca va a ser amable con nosotros. La Tierra nos advierte muchas veces que sigue su evolución geológica. Su formación en este nuestro mundo prestado, pertenece al universo cambiante. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Los grandes desastres se producen sin que haya predicción posible, sobretodo con los pestañazos de los labios de las placas. Podemos aventurar tormentas, huracanes, inundaciones, lluvias torrenciales, hasta erupciones, pero los terremotos son imprevisibles e inevitables. El planeta no tiene ninguna culpa, estaba antes que nosotros y no podemos evitar su proceso geológico. El cambio climático agudiza los efectos. Hasta las estaciones van mutando su natural suceder y ya no sabemos si estamos en primavera o en invierno.

No somos capaces de entender, con las tecnologías que tenemos, que hay zonas donde solo la hierba tiene su sitio. Seguimos pariendo normativas de edificación cada vez más exigentes. Servidumbres en la urbanización, alarmas de tsunamis o de como aguantar sismos hasta un cierto grado, pero nadie cumple con lo prescrito. Va siendo hora de abandonar, como éxodo obligado, los sitios que algún día nos pueden matar, si no cumplimos lo mínimo ordenado. Los duros fenómenos no son previsibles, pero sí sus riesgos y con ello evitar daños calamitosos, como los recientes. Debemos asumir esa incompatibilidad, con férreas normas de asentamiento olvidando raíces con las que ya, no es posible convivir.

Una de las causas de ese magnético y acechante destino es, no solo una natural supervivencia, sino que, en la mayoría de las situaciones, esos espacios son los más baratos y fáciles para ser habitados. Las inclinadas laderas de aluviones rurales o vaguadas inundables, repletas de favelas, se convierten en funestas riadas de barro. Las zonas marginadas del mundo están en lugares que nadie, con mejores posibilidades, quiere. Esas enormes desdichas lo son, por la permisividad de las administraciones públicas, dejando construir en zonas imposibles, sin control y la falta de oferta de viviendas dignas en sitios seguros.

Los arquitectos sabemos, nos obligan las normas, como hay que construir para soportar los movimientos sísmicos, en una cuantía estadística según los sitios. Ver casas caídas al lado de otras en pie, manifiesta también las corruptelas en la construcción y como suele ocurrir, solo detectables demasiado tarde, cuando caen los edificios. El mundo tiembla en continuos y dañinos movimientos. La tierra sigue viva. Detenerla no está en nuestras manos, pero sí alejarnos de los espacios cuyos peligros acechan. Aún queda tiempo y sitio. Pero sin un justo reparto de responsabilidades, costes y voluntades, seguiremos cayendo inexorablemente.… Salud.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación