Opinión

Mejor descansar que veranear

Se entiende como mal menor, incluso suponiendo ello un cierto parón en los expedientes judiciales

José María Esteban

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Hay costumbres en la vida que por asiduas y cíclicas, se van admitiendo como únicas posibles y no pueden cambiarse. Al repensar las rutinas, deducimos que más vale no moverlas por esa inquietud controlada desde hace años, para que no empeoren. Las sociedades van consiguiendo metas laborales que las sitúan en niveles de vida, donde los derechos corren el peligro de convertirse en leves torturas. Veranear, por ejemplo, en los meses de julio y agosto, es un uso entendido desde siempre. Muy pocas veces se compromete uno a cuestionar su duda en el calendario. De hecho, ya es común entender que los juzgados decaen en sus juicios, jueces y abogados en el mes octavo. Se entiende como mal menor, incluso suponiendo ello un cierto parón en los expedientes judiciales. La educación también se detiene.

Las acumulaciones de fechas en las que casi todos queremos parar, se están sucediendo cada vez más intensa e incómodamente. Se podría entender como natural esa coincidencia, donde las gentes gustan de estar rodeadas de gentes. Las colectividades han generado puestas en común para verse y para soportarse. Es entendible que las épocas que se han propuesto para los largos días de descanso, se han ido situando de forma casi obsesiva y acumulada, bajo premisas que ahora no lo son. La innecesaria prontitud de muchos servicios, se admite en fechas vacacionales con una paciente complicidad. Se asume que no hay gente en los sitios, porque están de veraneo y tiene ese derecho. Ahora, incluso para rellenar la plantilla hostelera hay problemas por las exigencias.

Vamos constatando que situar las vacaciones en el centro del año, nos va a consumir en salidas punta, colas y atascos desde el primer desplazamiento hasta la última copa en un bar. Todo estará atestado porque el nivel adquisitivo para poder descansar en esos meses de estío, solo permite hacerlo a los mismos. Las noticias se llenan de conflictos y desesperos en lo que debiera ser relajación y razonable goce. No estaría mal que nos fuéramos acostumbrando a pensar que el descanso no es exasperación ni estrés, sino todo lo contrario. Habría que ir pensando que no pasaría nada si los jueces se turnan y trabajan en agosto. Hay que compartir la necesidad de que todo funcione en las proporciones obligadas, con el número suficiente de trabajadores y no solo un retén de emergencia, como suele pasar en estas épocas. Les aseguro que, si pudiéramos coger las vacaciones en otros tiempos más desahogados, que no los de apretón, nos devolverían a los puestos de trabajo, con esas pilas vitales cargadas y no calientes del tórrido y acumulado apretón veraniego.

Tan solo es cuestión de repensar normas que regulen los tiempos y vacaciones de una forma más razonable y acertada, e ir cambiando los ritmos y hábitos adquiridos. De hecho, en la mayor parte de los colegios de educación básica de Europa, los periodos de vacaciones se dividen en tres o cuatro etapas. Habría que armonizar las necesidades con las disponibilidades. Es obligado rescatar el mejor descanso para mejorar en rendimiento y actitud, que no son cuestiones vanas ni despreciables. Tuve un empleo donde el verano permitía, por vacío, hacer obras y trabajos cuando no había nadie en las aulas. Aquello era obvio para hacerlas rápidamente por disponibilidad y con menores molestias. Mis descansos en noviembre fueron muy criticados. No es fácil, lo sabemos, pero algo habrá que hacer, para que esto no se convierta en una paranoia continua para llegar el primero con la toalla, a todas las playas. Salud.

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