OPINIÓN

La libertad de saber

«Valoremos positivamente, al menos, los logros en la salud pública, en nuestra área social de conocimiento y las pocas limitaciones»

José María Esteban

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Hace 20 años estuvimos en China. Era un país en clara expansión después de las complicaciones del siglo XX. La bicicleta era el mejor transporte y sus calles magníficamente amplias no estaban saturadas de tráfico. Los pocos coches apenas se veían y no había casi contaminación. El control estatal se notaba muy rígido, impidiéndonos movernos fuera de los circuitos trazados por la agencia. En nuestra visita, los conjuntos urbanos y sus paisajes se nutrían de los grises e interminables utones, lilongs o siheyuanes. Viviendas muy acogedoras de poca altura, de repetitiva tipología rural, con su patio central y trasero para aperos y trasportes propios. Brotaban como hongos los primeros rascacielos en algunos sitios estratégicos, sustituyendo las casitas bajas. Se edificaban muy rápidamente, en seis u ocho meses se finalizaban edificios de 25 plantas. Los andamios eran de bambú anudados con cáñamo, más flexibles y estables, incluso que los metálicos. Una resistencia inquietante para la consciencia de arquitecto occidental.

En aquellas dos semanas por China, comprobamos que aún quedaba bastante patrimonio urbano y arquitectónico, fundamental para entender su historia. Las ciudades prohibidas, los suntuosos recintos imperiales, sus grandes pagodas y templos, estaban en perfecto estado. Nos maravillaba su canon heredado y la perfecta conservación. Todo estaba bien controlado. El afán de un comunismo de tenor militar, se atisbaba cambiante y contradictorio. Satisfacer a una enorme población, cada día más propensa a vivir en las ciudades, solo era posible con el ritmo y rigidez que el sistema permitía. Posiblemente la explosión de Internet y las necesidades de un mundo global consumista de compra barata, fue el destino decidido para frenar las ansias libertad y suministrar el arroz de cada día. Todo cambiaba muy rápidamente.

Estas últimas fechas, hemos visto como el monstruo de la pandemia, creado allí entre bambalinas, de nuevo está desbordado y amenaza con otra grave mortandad. China no quiere dar datos reales de esta ola de Covid. Con ello confesaría su origen y fracaso. Como las ciegas y miedosas avestruces ante el peligro, evitan ver lo que realmente pasa. Frente al cerrojazo «manus militarí» en las ciudades afectadas, allá por 2020 para frenar los efectos, se ha demostrado falta de control y la ineficacia de sus vacunas. Sus diales allí, aparte de que no haberlos inyectado de forma universal, como en occidente, no han sido efectivos. Aquí, programadas las vacunas más sensata y altruistamente, manteniendo el libre tránsito, han sido más eficaces.

Situados ahora los chinos, casi como los controladores de la economía mundial, descansan sobre un débil sistema, tan populista como las olas que llegan. La última la dañina del nuevo asalto en Brasil, que, por falta de respeto y previsión social, limitan la libertad y se condenan a sí mismos. Desgraciadamente, las malas compañías se juntan y se retroalimentan. Aunque no debemos generalizar, ni comparar las situaciones, ya que las personas que dirigen los países o los pierden, son, al fin y al cabo, las que inducen, en estas enfermas y débiles democracias, el grado de libertad que debe haber en la circulación de personas y mercancías.

Valoremos positivamente, al menos, los logros en la salud pública, en nuestra área social de conocimiento y las pocas limitaciones. No debemos olvidar que lo que no te cuenten, ahora y hoy en mundo global, porque no hay apenas dignidad en ellos, también afecta peligrosamente a todos. Cuidaros de los que secuestran la verdad. Salud.

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