OPINIÓN

Hacia el futuro de los ricos

No hay mejor negocio que ofrecer ganar los cielos y las tierras felices

José María Esteban

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Decía Montesquieu que: «Si nos bastase con ser felices, pronto lo conseguiríamos; pero queremos ser más felices que los demás, y ello es muy difícil tanto más cuanto que consideramos a aquellos, mucho más felices de lo que en realidad son». Esta cita viene a decirnos que por más que queramos sentirnos dichosos, esa meta se constituye como una difícil competición. Fundamentalmente, porque siempre nos compáranos unos con otros. Mejorar las derrotas del mundo y dirigirlas hacia metas atrayentes, se convierte en un mercado donde el enorme número de los que van, es aprovechado por los vendedores de alegrías. Esta mercancía, es decir ser feliz, es muy apetecible.

Pongo como ejemplo las formas en que se van desarrollando, en estas épocas estivales, las citas de diversión y expansión para cortar con los cotidianos achuchones. Parece que consista en perseguir la identidad en una, en principio, voluntaria unión de masas, para no quedarte fuera. Ese precio es perfectamente calculado por la ansiada demanda de disfrute, dejando enormes beneficios para los pocos organizadores de esas ilusiones. No hay mejor negocio que ofrecer ganar los cielos y las tierras felices.

No quiero alimentar un cierto desánimo, pero constato que, a medida que avanzamos en sociedad, la agregación de masas y sus deseos de vivir comparados, les quita parte de su capacidad de reflexionar y ser uno mismo. Viendo las colas de miles de jóvenes y menos jóvenes que son capaces de aguantar días completos, y gastar una costosa paga para ver a sus ídolos, nos indica que algo pasa. O como los conciertos, restaurantes y diversiones, etc., van creciendo en precios inalcanzables, pero siempre están inevitablemente llenos de miles de seguidores que estamos dispuestos a pagar lo que nos digan. Alguna incongruencia se está produciendo. O somos más ricos de lo que decimos, o somos más imprudentes al minusvalorar lo que ganamos y renunciar con ello a un mejor futuro, guardando algo. Es como una ola de giros vertiginosos, que dirige nuestras colectividades, envueltas en inquietudes y evasiones, a ser engullidas por un atractivo desagüe. Seguro que es cortar con algunos malos rollos, accediendo indefectiblemente a mareas de divertida y sana ceremonia, pero de pasajera realidad.

Siempre me han gustado la música, sus canciones y básicamente sus letras. Encuentro que la identificación de ritmos y decires que abducen los espíritus, son una forma eficaz de convertir a los asistentes en anónimos titulares de dichas emociones. Es como jugar a que cada uno de nosotros las hubiera creado. En eso consiste el éxito de los ídolos, en generar un orden de conexión con los sentires, normalmente más punzantes de la sociedad, que dicen perseguir. Pagamos demasiado por ejercer teatral y momentáneamente de ese personaje elevado, llenos de luces y vatios, que se considera el referente mítico y crítico de nuestros más íntimos deseos.

La sociedad cambia continua y a veces súbitamente. Nadie es capaz de adivinar cuáles son sus destinos. Quizás esos adivinadores musicales del suceder, son los que mejor conectan y se alimentan. Los aparatos de multitudes, las continuas convocatorias del disfrute masivo, son en su mayor parte ganancias imposibles de calcular, pero que devuelven, comparativamente poco a la sociedad que los alimenta. Todo es lícito y vamos donde queramos ir, estaría bueno, pero siempre quise decirle a Alejandro, a Robbie, a Madonna, incluso a Rafael, etc. que los que van a verlos dan más al común, por sentirse felices, que ellos mismos y sus promotores. Salud.

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