OPINIÓN

El no color

Se hace necesario el rescate de los tonos en todos los campos. Tenemos una sociedad que tiende al gris y al no color

Si hay algo en la historia de la naturaleza es la clara identificación de los colores de que se viste. Plantas, rocas, insectos, mamíferos, peces, etc., se definen en sus comportamientos con los colores que blanden. Unos avisan de su amarillenta peligrosidad y toxicidad, otros ... avisan con gamas dulces y suaves de su buen sabor y otros llenos de fantasía, son capaces de comunicar, con ese lenguaje de las formas y sus tonos. Una correspondencia sabia, progresiva y bien elaborada por la evolución de las especies. Ya el amigo e inteligente Charles Darwin, en sus maravilloso estudio e investigación con «El origen de las especies» trató de este asunto y determinó unos caminos que son los que vamos andando, a medida que este planeta gira.

Explicábamos hace unos días, como la historia de los edificios se nutre de un cuidadoso sistema de interpretación a través de los colores. Copiando de la naturaleza, como lo hizo Gaudí, a veces lo hacemos los demás arquitectos, trasladamos esos mensajes también en nuestros diseños. Desde el origen, el color ha formado parte del catálogo visual de los inmuebles. Solo hay que verlo en el sustrato de una heráldica. Los más importantes, están llenos de abigarradas informaciones, como si fueran las doctrinas sociales. El primer poderoso, que fue el «Dios», se mostraba a sí mismo, con una paleta cromática inconfundible, no usada por el mortal y solo utilizada en sus casas: los templos. Esos potentes edificios, desde que el hombre dio respuesta terrena a sus preguntas existenciales, siempre han estado rodeados de dibujos y gamas que solo podía utilizarse para el culto. Conocemos las imágenes auténticas que tuvo el Partenón, o los tempos de Asirios, Persas, Indios, Egipto, América, Europa, etc., todos ellos estaban repellados y soportando solemnes historias, con un fortísimo color que los hacía únicos, a la vez que temidos o queridos.

En el caso de las arquitecturas civiles, es decir las dedicadas a las mujeres y los hombres naturales, también quedaros bellamente compuestas. No solo por el tono propio del material, sino con un código estricto y claro de lo que encerraban dentro. Siempre el color ayudó a la forma a mostrase como un elemento de distinción. Fue el elemento de identificación urbana, para aquellos que disponían de mejores economías

Nos llegan con el tiempo arquitecturas, que van perdiendo esa ascendencia. En el rigorista racionalismo, el transpone del color va en el uso de los materiales tecnológicamente avanzados, como señal auténtica de la modernidad. Son la alternativa a los trampantojos y simulaciones en la búsqueda de su verdad exclusiva. La llegada del hormigón, los fuertes aceros y el delicado vidrio, supone un rechazo absoluto a los demás colores de la arquitectura. El hormigón visto es verde claro, el hierro es gris y ahora hasta marrón mohoso, y el vidrio es verde transparente o azul, según su composición. Si quieres representar con un uniforme a los arquitectos divinos, todos visten un atuendo oscuro y «armaniano». Es como una especie de hábito de la secta. Hemos perdido en nuestras paredes, la capacidad de recordar que estaban coloreadas.

Se hace necesario el rescate de los tonos en todos los campos. Tenemos una sociedad que tiende al gris y al no color. Los humanos nos vestimos de ellos, abrigando nuestros rosas, negros, salmones o marfiles, porque también identifica a la especie. En fin, por eso las piedras debe protegerse como la piel humana y destacarse iluminadas, de los ataques externos. Salud y coloread vuestra vida, porque eso es signo de alegría.

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