Opinión

Votos para la ultraderecha

«Son votos para la ultraderecha», vomitó la periodista Susanna Griso el pasado jueves como reacción al horror sucedido en un parque francés

José Colón

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«Son votos para la ultraderecha», vomitó la periodista Susanna Griso el pasado jueves como reacción al horror sucedido en un parque francés.

Fue su reacción espontánea y, como tal, automática, instintiva. Pero no vengo yo a defenderla. La vieja expresión «no pensaba lo que decía» no sirve en este caso, porque, precisamente, la maquinal profesión de una frase así implica todo lo contrario: que exactamente eso era lo que cobraba importancia en la formación de su pensamiento y lo expresó sin filtro.

Quizás fueran ustedes algunos de los pocos desafortunados que, como yo, tuvimos ocasión de ver el vídeo completo del ataque en los primeros minutos de difusión de la noticia. En mi caso, fue justo después de comer, mientras me tomaba el café previo a volver al trabajo y en el acostumbrado repaso a twitter como pequeño relax en esos cinco minutos.

Había estado toda la mañana liado y no sabía nada. De hecho, estaba fuera de casa y ni siquiera vi las noticias. De repente, la red social se llenó de mensajes relativos a un «ataque con cuchillo en Francia» y se enlazaba el vídeo, que tuve la poca precaución de empezar a visualizar hasta que di un salto y se me paró el corazón cuando aquel miserable merecedor de patíbulo dio la primera puñalada al carrito del bebé.

No podía creer lo que estaba viendo. No quiero engañarles: no soy un espíritu especialmente sensible, pero desde el nacimiento de mis hijos he desarrollado un instinto de protección infantil que roza lo patológico. No puedo ver ninguna película donde un niño sufra ningún tipo de penuria -ni aún en dibujos animados-; no puedo viajar a lugares donde viven niños en situaciones trágicas y no puedo releer tantas obras magistrales donde la infancia padece. ¡Con lo recomendable y maravilloso que es leer a Dickens!

Por ello pueden imaginarse la reacción de quien escribe cuando observo, ojiplático, cómo ese estiércol antropomorfo acuchilla a bebés en sus carritos a pesar de la desesperada defensa de sus cuidadoras mientras hay un tipo ¡¡¡que está grabando la escena sin intervenir!!! y se ven a otros que se quitan del medio. Gracias a Dios, hubo un representante suyo en aquel parque que, con su mochila, hizo todo lo que pudo para evitar que el desastre fuera mayor.

A las pocas horas, el vídeo comenzó a ser censurado y borrado. Hoy es difícil encontrarlo completo. El que se muestra en las televisiones es uno recortado, donde se ven los momentos iniciales del salvaje entrando en el parque con un cuchillo y, posteriormente, retenido de forma civilizadísima por dos o tres gendarmes mientras otros, en igual número, forman un cinturón de seguridad para evitar, supongo, que la buena gente se tomara la Justicia por su soga.

Al día siguiente, en la radio, poca o ninguna información se daba del asunto, más allá de alguna referencia de tercer tiempo. Y lo mismo sucedía en la prensa. Es más, al término de la jornada comenzó a circular con denuedo el rumor periodístico de que el salvaje era cristiano.

¿Se dan cuenta? En los cada vez más crecientes casos de violación, robo y cualquier tipo de crimen que se le pueda pasar por la cabeza, protagonizado -en su mayoría- por aquellos a los que este gobierno inefable abre las puertas y solo vienen a destruirnos, se pone excelso cuidado para que no se revelen sus nombres, su procedencia y, muchísimo menos, su religión. Sin embargo, no se duda un segundo en hacer circular la adscripción religiosa de esta rata asesina porque no entra dentro del 'circulo de protección' en el que se acoge a los enemigos de la Civilización.

Desde luego, lo último que se me pasaría por la cabeza es que, ante un ataque tan criminal a lo más sagrado de nuestro Universo -sean hijos de cristianos, de musulmanes o de etarras- nadie pueda preocuparse por la publicidad electoral.

Al final, va a ser verdad aquel eslógan que decía: no es extrema derecha, es extrema necesidad.

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