Al filito

Noviembre nacional

Lo único que toca es manifestarse, salir a la puerta de cada 'casa del pueblo' y expresar de forma muy pacífica la opinión que nos merece esta gente

José Colón

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Hace treinta y cuatro años, por estas fechas, los pueblos de Checoslovaquia, Polonia, Estonia, Lituania, Alemania Oriental, Hungría y Bulgaria se revelaron contra sus respectivos gobiernos criminal-comunistas. Los ciudadanos llegaron a un punto límite tras décadas de mentiras, terror y esclavitud y se lanzaron en masa a la calle a exigir algo tan básico como libertad y democracia, aun a riesgo de perder su vida. Porque, en aquella época y lugar, los perros de presa estalinistas que pisoteaban a su pueblo no dudaban ni un segundo en disparar a la cabeza de cualquier disidente, independientemente de su edad o condición. Estaba en su naturaleza. A falta de capacidad, conocimiento o nobleza tanto en sus dirigentes como en sus lacayos para tratar de cumplir una sola de las ideas de «progreso», «bienestar» o «solidaridad» que tanta literatura fabricaba, el comunismo, en realidad, debe su miserable y surrealista sobrevivencia en la Historia al terror y el crimen.

Aquellos sufridos pueblos tenían perfectamente medido el calibre de su enemigo y, sin embargo, llevaron a cabo una revuelta pacífica. No tenían más opciones: el ejército y la policía eran el enemigo, aún recordaban la intervención militar soviética en los conatos de revolución de 1968 y sabían perfectamente que a la Comunidad Económica Europea (que aún asimilaba la integración de los 'pedigüeños' del Sur) no le interesaba, en absoluto, ningún cambio del statu quo.

Sin embargo, se encontraron a tres grandes aliados. Dos de ellos, sorpresivos. Era evidente que dieron el paso adelante porque la Unión Soviética se estaba desmoronando como un castillo de naipes, pero lo que no podían esperar es que un gran número de componentes de las fuerzas de represión se unieran a ellos, siquiera limitándose a dejar caer los brazos y levantar la visera de sus cascos, porque –según se ha podido saber– muchos eran conocedores que entre las muchedumbres que protestaban se encontraban sus hijos, sus esposas y sus padres.

El otro componente decisivo para que los dirigentes asesinos hicieran un Puigdemont y, revistiéndose de valor, pusieran pies en polvorosa, fue la inesperada reacción violenta y extrema del pueblo rumano un poco más tarde, en Diciembre. Tras enfrentamientos con la pavorosa 'Securitate' y, quédense sentados, con bandas organizadas de mineros enviadas a las calles por el gobierno para sembrar el terror entre la ciudadanía, finalmente se hizo justicia y el propio ejército y la policía se pusieron del lado del pueblo. En cuestión de dos días, se apresó al sátrapa Ceacescu y su esposa, se les enjuició y condenó de forma sumarísima, fueron fusilados y sus rostros, destrozados a balazos, adornaron los telediarios en aquellos bonitos días de la Navidad de 1989.

Hoy, en España, nos vemos forzados a recordar esta efeméride por la semejanza de circunstancias con los pueblos mencionados en el primer párrafo de esta columna. Como ellos, no tenemos más opción que la revuelta pacífica. Carecemos de ejército; la Policía gasea a quienes le sustentan (en todos los sentidos); la Unión Europea está encantada con la marcha de los acontecimientos; y, como colofón, el Preparao está desaparecido (no sabemos si como consecuencia de la última regata o alguna desorientación causada por una indigestión palaciega).

Así que lo único que toca es manifestarse, salir a la puerta de cada 'casa del pueblo' y expresar de forma muy pacífica la opinión que nos merece esta gente. Aunque me permitirán que, comoquiera que estoy escribiendo este artículo un once de noviembre, no pueda dejar de acordarme del bueno de San Martín y de las peticiones propias de este día.

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