al filito
Motosierra
La situación es terminal. El enfermo ya ofrece síntomas claros de una infección absoluta y ya no necesita del maquillaje mortuorio para dar grima
La situación es terminal. El enfermo ya ofrece síntomas claros de una infección absoluta y ya no necesita del maquillaje mortuorio para dar grima. Porque pena no dará jamás. Ha hecho tanto daño - mucho del cual va a ser imposible de resanar- que se la ... va a despedir y a recordar como bien merece, durante mucho tiempo. Vivo o no.
No va a terminar entre rejas, olvídense de eso. Al menos, no en España. No importa que cambie el gobierno, se desmantele el tribunal constitucional bolivariano o que la fiscalía europea llegue a actuar, aunque sea por mero pudor, ante el pestilente rastro de corrupción de esta tropa.
En España solo se trinca al pringado, al débil, al sempiterno Lute robagallinas sobre el que cae todo el peso de la Ley. Y nunca al verdadero golfo.
España es diferente. Aquí nos vanagloriamos de haber parado al francés, sin darnos cuenta que ellos, antes de Napoleón, ya nos metieron al borbón. Y ahí comenzó el declive, la pérdida de identidad y de entidad, la confusión, la corrupción y el complejo. Con estos «manos atadas», nuestro Pueblo ha sido un títere, un experimento. Solo recobró su espíritu en dos ocasiones, en la que dos generales pusieron a cada uno en su sitio. Y a punto estuvo una tercera, cuando el del bigotillo puso los pies en aquella mesa pero le reventaron 193 pasajeros de tren.
Lo nuestro no se arregla solo con un cambio de gobierno, ni con la demolición de una banda criminal. Se requiere un giro radical. Una verdadera revolución donde los ciudadanos -¿quién, si no?- olviden sus estúpidas diferencias y se alcen contra el abuso, el expolio y el embuste; y acabar con los tabúes. No necesitamos diecisiete parlamentos, gobiernitos regionales, un senado, gerifaltes analfabetos, cuatro millones de funcionarios, chóferes de vicesecretarios de área, chiringuitos de mangoneo ni a un figurín cuya máxima preocupación sea elegir disfraz de soldadito mientras permanece silente ante el derrumbe. Y tampoco lo merecemos.