Fauna veraniega

En época estival se mezclan gentes venidas de todos los lugares con los propios lugareños, que a veces se sienten extranjeros en su tierra

Javier Fornell

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El verano nos trae una fauna curiosa, en la que se mezclan gentes venidas de todos los lugares con los propios lugareños, que a veces se sienten extranjeros en su tierra. Una tierra que es un paraíso cada vez más conocido. Lo malo de ese conocimiento es que el turismo —sí, lo sé, yo vivo de esto de los visitantes— va copando cada rincón de nuestra provincia. Una provincia que ya no está por descubrir.

Entre esa fauna podemos distinguir a varios tipos de entes migratorios. Para mí, una de las más divertidas es el pijipi. Este es bastante frecuente en las zonas costeras entre Conil y Tarifa. Seres que vienen a dormir en furgonetas camperizadas que se reparten por los parkings gratuitos de la costa. Esos que están controlados por otra especie, esta local, los gorrillas. Pero el pijipi es digno de estudio. Viene como los antiguos hippies de los 70, tratando de vivir rodeados de naturaleza en furgonetas transformadas en viviendas por decenas de miles de euros. Muchos de ellos sin baños, pero no importa: la playa lo cubre todo. Este tipo de fauna es común que se deje ver en los chiringuitos de playa, pagando un dineral por una cerveza a la puesta de sol; pero incapaces de gastar en un hotel o un restaurante.

Otros que podemos ver son aquellos que vienen cargados de todo lo que necesitan para el día. Son hombres orquesta del verano: desde sombrillas a neveras, preparados para que ni un gramo de arena entre en las tortillas de patatas ni nadie en el espacio conquistado. Estos permiten todo un estudio social de la estructura familiar en la que la matriarca (léase la abuela) organiza el embrollo de toldos, sombrillas, sillas que depositan en la playa para crear una fortaleza efímera. Es común verlos salir en estampida desde autobuses en la propia avenida de Cádiz, corriendo cual gacelas hasta la playa Victoria. Pero, no lo olvidemos, el propio lugareño hace lo mismo en busca de otras zonas de la provincia, saturando espacios como Bolonia.

El último de los grupos de fauna veraniega es, quizá, el que más me apena. Y no por ser el peor de los grupos, si no por la forma de 'disfrutar' tan triste que se me presenta. Es esa gente que acumula fotos olvidándose de las experiencias. Ayer mismo me encontraba con un amplio grupo de estas 'aves migratorias' en Setenil, sentados en el bordillo de un aparcamiento, en la escasa sombra que dejaba caer un murete, a casi 40º y rodeados de niños que pedían irse a otro lugar. «Ya con este terminamos de ver todos los pueblos blancos y nos vamos a la playa». Esa frase, dicha por la madre de alguno de los churumbeles, me ha rasgado mi alma de guía por todo lo que esconde. El desconocimiento de lo que es la Ruta de Pueblos Blancos, el intento de acumular sobre el conocer. Y, sobre todo, el conseguir que sus hijos consideren el viajar como algo aburrido y cansado.

El verano es época de sol y playa, y de eso tenemos mucho en esta provincia, pero por desgracia no es el mejor de los turismos. Ya que es ese que satura, destroza y olvida.

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