OPINIÓN

Envejecer con dignidad

Siempre los ancianos fueron sabios, ahora a la vejez se le margina y encierra

Javier Fornell

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Envejecer es uno de los procesos naturales más importantes del ser humano. Hasta la llegada de la vejez, crecemos como personas, nos hacemos más sabios, y vivimos. Pero, desgraciadamente, cada vez más personas no quieren vivir el proceso con dignidad. Aceptando que el mismo desarrollo conlleva perdidas en otros sentidos.

Recuerdo hace unos años, caminando por la playa, que uno de mis amigos soltó un «hay viene una Ana Obregón». Desde entonces lo incluí en mi vocabulario para hablar de esas personas que creen tener 15 años teniendo muchas decenas más. Lo más curioso es que esa no dignidad en envejecer se hace cada vez más frecuentes.

Estas semanas, por ejemplo, ha sido Madonna la que ha aparecido como una monstruosa muñeca de porcelana. La expresividad completamente desaparecida y el mismo rostro que otras muchas artistas y actrices (y algún que otro actor como Mickey Rourke). Ver la bochornosa imagen de este tipo de celebridades, y como se arrastran bajo los focos buscando un último minuto de gloria, se convierte en un espectáculo esperpéntico.

Por suerte, aun aparecen mujeres —aunque no es exclusivo de ellas, es mucho más frecuente que en los hombres— que muestran verdadera dignidad y un saber envejecer que en el siglo XXI se convierte en algo elogiable. Casi a la vez que aparecía Madonna se celebraba la gala de los Goyas dónde una Carmen Maura envejecida demostraba, una vez más, ser una grande de la escena. Sin esconder su edad, sus arrugas ni su expresividad. Mostrando la realidad más pura y hablando con la sabiduría de los años. La sabiduría que da envejecer sabiendo que el paso del tiempo es imparable y que cada etapa de la vida hay que vivirla con total plenitud. Las arrugas y las canas son el signo de esas vivencias, de haber crecido sabiendo que la vida es finita y que, igual que tiene un fin, tiene un camino que hay que recorrer.

Aceptar el paso del tiempo es madurar. Es dejar a nuestro Peter Pan atrás y crecer sin aferrarse a unos modos de vida que ya no corresponden. No solo el físico refleja la dignidad de quien sabe envejecer; lo más importante es aceptar las limitaciones de cada uno; y la realidad de cada uno. Es frecuente ver a «jóvenes» de cincuenta que tratan de vivir como cuando tenían 20. Llenando bares de copas hasta altas horas y creyendo que aun son esos veinteañeros.

Estoy seguro de que todos conocemos un Peter Pan. Que todos sabemos de alguien que sigue pensando que la vida es salir hasta las 6 de la mañana y volver borracho dándolo todo el fin de semana. O que creen que, como cuando tenían 20 años, pueden llevarse días haciendo deporte sin que el cuerpo se resienta. O con una mentalidad que ha quedado anclada en la infancia, viviendo una vida paralela a la realidad en la que los problemas no existen. Y que no logran darse cuenta de que el mayor regalo que nos da la vida es peinar canas, siendo fiel a uno mismo y sin arrastrase tratando de ser lo que ya no somos.

Siempre los ancianos fueron sabios, ahora a la vejez se le margina y encierra.

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