Opinión

El cadáver del zar

La muerte de Isabel II parece haber frenado unos días el anunció de Putin

Javier Fornell

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Adoro la Edad Media. Eso es algo que todos lo que me conocen saben. Y dentro de esa época tengo especial predilección por algunos personajes. Uno de ellos es la reina cadáver, doña Inés de Castro, esposa amantísima de Pedro I de Portugal. El rey, enamorado hasta las trancas de la gallega, asesinada por su padre para evitar que estropeará sus acuerdos nupciales. Tras alcanzar la corona, don Pedro, ordenó que la reina fuera trasladada por todo su reino para que los nobles pudieran besar su mano. Y, entonces, surgió la leyenda de la reina cadáver.

Una leyenda que en pleno siglo XXI ha tenido su reflejo en otra reina cadáver. O mejor dicho, el cadáver de otra reina. Y esta no se merecía que el boato de su entierro se haya terminado convirtiendo una mueca grotesca del último gran reinado de la Historia. Isabel II es el último personaje de un siglo que ha marcado nuestro devenir actual. Y su viaje desde Escocia hasta su tumba definitiva también se ha convertido en un suceso internacional que parece haber silenciado la realidad que vivimos.

Mientras la reina paseaba, Putin ha declarado la guerra al mundo de forma oficial, amenazando con el uso de armas nucleares. Un Putin que no le llega ni a la suela de los zapatos a otros de los grandes nombres del siglo XX: Gorbachov. El hombre tranquilo que terminó con la guerra fría nos dejaba hace menos de un mes sin boato ni viajes eternos. Y sin un sucesor que realmente pueda sustituir su figura.

El siglo XX ha muerto definitivamente con ambas figuras. Tan diferentes, tan iguales. Siempre poniendo el Estado sobre la persona; siempre pensando en el bien común sobre el bien propio. Isabel permitió una transición tranquila en su país; con ideas erróneas en ocasiones como el Brexit, Isabel II era la estabilidad de un país que comenzaba a hacer aguas. En cambio, Gorbachov fue mucho más trascendental. Nos ofreció años de paz y estabilidad mundial con la caída del muro de Berlín y el fin de una guerra fría en la que volvemos a caer.

Una guerra fría que se convierte en guerra abierta debido a los intereses de Rusia en Ucrania. El deseo de un ególatra que se considera por encima del bien y del mal; que está dispuesto a terminar con el mundo para ser él el protagonista del siglo XXI. Por suerte, Putin, también comienza a ser un rey cadáver, cada vez más solo y sin apoyos internacionales. La economía manda sobre sus ideas. Además, el apoyo social también se pierde y la marcha de los rusos de su país en estos dos días son muestra de eso.

Y esto me da muchísimo miedo. Putin es un oso encerrado, un político que ya está muerto y no lo sabe y está dispuesto a morir matando. La soledad puede ser el camino a la locura y la locura nos puede llevar a un final trágico. La muerte de Isabel II parece haber frenado unos días el anunció de Putin. El zar respetó a la gran reina. Pero el zar es un cadáver y el viaje hasta la tumba no se cargará del boato de la inglesa, pero puede llenar de muertos (más) los cementerios.

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