Viva el fútbol

El mundo del balompié está podrido, por eso sólo nos quedamos con lo que ocurre dentro del campo, que es apasionante; como esta noche le ganemos al Barça a ver quién se acuerda de las corruptelas de Laporta

Ignacio Moreno Bustamante

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Probablemente nunca nos enteraremos del verdadero trasfondo de todo el supuesto escándalo del pago de millones de euros por parte del FC Barcelona para obtener beneficios arbitrales durante años. Probablemente no. Vaya usted despidiéndose de ello. Jamás nos enteraremos. El mundo del fútbol es el sector más opaco de nuestra sociedad. Por no decir directamente corrupto. Durante años lo fue también la política, pero afortunadamente eso ha cambiado mucho. A raíz de la crisis económica de 2008 empezaron a aflorar en los medios de comunicación decenas de casos de corrupción, casi siempre gracias a denuncias de personas que durante años se beneficiaron de esa misma putrefacción, pero que al llegar las vacas flacas se quedaron sin su parte del pastel. Y claro, tiraron de la manta. Sea como fuere, lo cierto es que después de tantos y tantos escándalos –muchos de ellos aún pendientes de resolución judicial– la política sufrió un descrédito como nunca antes había vivido. Pero al mismo tiempo se extremaron las 'palancas' de vigilancia, que fueron más allá de los propios políticos. Hoy día no hay un interventor o un secretario del más pequeño de los ayuntamientos que firme un papel sin tener antes el 200% de garantías de que todo es legal, porque quien va al trullo es él. Se acabó aquello de las comisiones ilegales, de las tarjetas opacas o de las recalificaciones de terrenos. Al menos como práctica habitual, que listos y pillos sueltos siempre va a haber.

Sin embargo, en el fútbol todo sigue siendo demasiado oscuro. Empezando por la propia Liga y por la Federación. Personalmente yo no le compraría una moto de segunda mano ni a Tebas ni a Rubiales. Ni al 90% de los presidentes de los clubes españoles. Antes, buena parte del 'negocio' estaba precisamente en esas recalificaciones de terrenos en connivencia con el político de turno. Haga usted la cuenta de cuantos clubes vendieron sus viejos estadios o ciudades deportivas y en su lugar se construyeron hoteles y adosados. O directamente cuatro torres que cambiaron el 'skyline' de Madrid. Ahora esa parte del negocio ya no existe, pero hay otras muchas. Tantas, que atraen a jeques árabes, a magnates rusos, a inversores chinos... incluso han llegado a corromper el Parlamento Europeo, donde hay varios eurodiputados encarcelados por dejarse sobornar por el gobierno de Qatar para que emitieran informes favorables de cara al pasado Mundial. Traspasos, fichajes, primas, fondos de inversión... demasiado dinero sin control. Demasiados intereses como para pensar que lo del Barça no tiene un trasfondo más que turbio. O que es un caso aislado. El fútbol está podrido en su totalidad. Ocurre que no es dinero público, es corrupción entre particulares. Y por eso nadie entra a investigarlo a fondo. Hay demasiados intereses en juego. Demasiadas personas y entidades involucradas. Y además nos ofrece un entretenimiento imposible de igualar por ningún otro espectáculo. Karl Marx hoy hubiese cambiado religión por fútbol para contarnos aquello del opio del pueblo.

Y es que si bien es cierto que casi todo lo que ocurre fuera de los límites del terreno de juego apesta, no lo es menos que lo que ocurre dentro es apasionante. Esta noche, sin ir más lejos, nosotros, pobrecitos cadistas, nos enfrentamos al todopoderoso FC Barcelona. Y resulta que el año pasado les ganamos. Increíble pero cierto. Y como hoy hagamos lo mismo a ver quién se acuerda de los pagos de Laporta a no sé qué árbitro retirado. Explotaremos de alegría, que también buena falta nos hace. Al fin y al cabo todo va a seguir igual, pero un alegrón como este ya no nos lo quita nadie. Así que viva el Cádiz y viva el Carnaval. Lo otro ya veremos.

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