OPINIÓN

El ultrafeminismo

Las políticas de las actuales responsables de Igualdad se han mostrado claramente ineficaces

Ignacio Moreno Bustamante

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Se nos llena la boca. Mentira, en realidad se les llena. A ellas. Y a ellos, claro. Toda la verborrea ya la sabe usted. «No es no». «Sólo sí es sí». «Nosotras somos la manada». «Ellos, ellas y elles». «No somos princesas, somos dragonas». «Siempre vivxs». «La Policía no me cuida, me cuidan mis amigas». «Mujeres contra el machismo y el terrorismo neoliberal»... Y la consigna por excelencia. La madre de todas las proclamas feministas. En boca de –quién si no– la excelentísima ministra de Igualdad de esta nuestra España, doña Irene Montero Gil: «Nos queremos solas y borrachas». Años llevamos escuchándolas. Y asintiendo. Faltaría más. A ver quién se opone. Están las inquisidoras como para llevarles la contraria. Arde uno en la hoguera más rápido que un misto. Así que triunfan. O eso se piensan. Las ultrafeministas. Feminazis es una palabra muy fea. Ultrafeministas. Convencidas están de que su aportación a nuestra sociedad es de vital importancia. De que sin su labor pedagógica y su perseverancia estaríamos perdidos. Yolanda Díaz, otra que tal baila. Si hay que agarrar fuerte la bandera de Jenny Hermoso, ahí está Yolanda. La que más. Luego afirma que ella, cuando está en casa tranquila, se dedica a planchar. Dos horas a dormir, tres a poner bien los puños y los cuellos de las camisas. Eso sí que es luchar por los derechos de la mujer. Eso sí que contribuye a eliminar estigmas y micromachismos.

Si de verdad fueran feministas, y más Yolanda Díaz desde un puesto de tan alta responsabilidad como el ministerio de Trabajo, enfocarían de muy distinta forma la lucha por la igualdad. Buscarían fórmulas para que más mujeres pudieran acceder a altos cargos, que es donde hay que romper los verdaderos techos de cristal. Inventarían mecanismos para conciliar más y mejor la vida personal y la laboral. E Irene, desde el de Igualdad, se pelearía con Marlaska y Pilar Llop exigiendo más medios policiales y judiciales para acabar con la lacra de la violencia de género. Reconocería que la ley del 'sí es sí' es uno de los más graves errores de nuestra democracia. Esa es la verdadera lucha por los derechos de las mujeres. Pero es mucho más fácil –populismo viene a llamarse– lanzar proclamas, vestirse de morado el 8 de marzo y autoerigirse en salvadoras de cuantas mujeres hay en el mundo. Utilizar el feminismo para expandir su ideología radical. Es mucho más fácil y tremendamente ineficaz. Lo demuestran los números, por fríos que sean. Datos concretos. Provincia de Cádiz. Estamos a la cabeza en número de reducciones de condena a agresores sexuales en Andalucía: 49. Y en excarcelaciones: hasta ocho. En lo que llevamos de año han sido asesinadas cuatro mujeres. Cuatro vidas perdidas a manos de indeseables asesinos. Mientras tanto, las que deberían velar por reducir a cero estas estadísticas nos entretienen con Rubiales y la selección femenina de fútbol. Es indecente. No hay otra palabra.

Las políticas contra la violencia de género son manifiestamente mejorables. Necesariamente mejorables. Pero nunca lo harán mientras este perfil de políticas sigan al frente de las instituciones encargadas de la materia. Necesitamos mujeres –y hombres– serenas, centradas, eficientes, preparadas, responsables. Porque mientras no lleguen, seguirán creciendo las cifras del horror, los dramas personales, el miedo de tantas y tantas mujeres. De madres, hijas, hermanas, abuelas, amigas, compañeras hartas de oír hablar de si el pico fue consentido o no, sino de quién y cómo las van a ayudar a salir de la pesadilla que vive cada día. Ellas sí que son víctimas. De sus agresores y de las irresponsables a las que hemos delegado la tarea de luchar contra ellos.

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