SIN ACRITUD
Huir de aquí en patera
O nos concienciamos de que nuestro futuro pasa por regular la inmigración con humanidad, y también con firmeza, o estamos abocados a un futuro muy negro, más aún en un lugar como Cádiz
Decía esta semana nuestro infame presidente del Gobierno que «el futuro será verde o no será». Y a continuación lanzaba su perorata sobre el ecologismo, los ultramillonarios de las energéticas, las nucleares y todo su discurso demagógico y populista. Una pereza enorme. Ya sabemos que ... hay que cambiar nuestros usos y costumbres. Ya sabemos que no podemos contaminar y el camino es el hidrógeno verde. No se trata de dividir entre progresistas y fachas, que es el simplismo al que lo reduce todo para no afrontar los problemas. Lo que ocurre es que ese cambio no se hace de un día para otro. Requiere tiempo y personas capacitadas para liderarlo, no ex ministras socialistas con un enchufe de 220 voltios. Todo eso lo sabemos. Es más, se hará. Pese a Sánchez. Porque no hay otra. Probablemente tardaremos más que el resto de Europa y de Occidente, pero terminaremos por ser tan verdes y ecológicos como los que más. La cuestión es cuántos apagones más sufriremos por el camino. Y cuántas mentiras más saldrán de las reuniones del Consejo de Ministros para justificar lo injustificable.
Lo que no dice Sánchez es que no hay futuro posible –ni en lo ecológico, ni en lo social, ni en nada de nada– si no hay españoles que lo lleven adelante. Porque entre tanto absurdo, entre tanta falacia, entre tanta concesión a tanto socio indigno, de lo que no se entera es de que cada vez hay menos 'españolitos' a las que gobernar. Cada año el número de nacimientos cae y a todos nos viene a la cabeza aquello de «a ver quién va a pagar nuestras pensiones». En asuntos así es en los que deberían centrarse unos gobernantes que día a día dan muestras de su incompetencia. Ni promueven políticas para incentivar la natalidad ni regulan la llegada de inmigrantes, que es sin duda por donde pasa el futuro. Las personas no nacidas en España y que vienen aquí a buscar una vida mejor son las que han de sostener este país. Cada año son más. De hecho ya hay censadas casi seis millones y medio. Las necesitamos, sencillamente. Aunque sea de una forma egoísta. Y hay que regular su llegada y su adaptación a nuestro país. Sin embargo las despreciamos. Hay muchas formas de desprecio. La de la derecha más radical es sencillamente ridícula, llena de estereotipos y prejuicios. No merece mayor comentario. Pero el peor desprecio es el que les hace el actual Gobierno, que los utiliza simplemente como arma arrojadiza. Como argumento barato para sacar a pasear todo el argumentario en torno a lo que han denominado ridículamente «fachosfera».
España tiene que decidir cómo quiere gestionar el asunto de la inmigración. Sin demagogia. Con humanidad. Pero también con firmeza. Por más que se empeñen algunos, no se pueden abrir las fronteras sin control alguno. Sería un caos para los que están y para los que llegan. Es muy básico recalcar esto, pero varios de los que a día de hoy se sientan en la mesa del Consejo de Ministros al parecer no lo tienen claro. A partir de ahí, hay que decidir cuántos podemos asumir al año. Y su procedencia. Por una simple cuestión cultural e idiomática, a España le interesa la inmigración que viene de Iberoamérica. Y por una cuestión geográfica, la del norte de África. Ni en un sentido ni en otro hay políticas migratorias claras. Objetivos marcados. Todo lo contrario. Sus propios socios de Gobierno utilizan sus dañinos siete votos que lo condicionan todo para eximirse de su responsabilidad y reducir su cuota de inmigrantes al mínimo. Así es imposible. Y es una cuestión vital.
Para Cádiz, por ejemplo, mucho más aún. Nuestras limitaciones geográficas, unidas a otra serie de problemas como el desempleo o la vivienda, hacen que cada año perdamos más y más población. Perdemos del orden de un millar de vecinos al año. Ahora estamos apenas por encima de los 110.000 y cayendo. Si bajamos de los cien mil, perderemos las ayudas que consiguió en su día la ex alcaldesa Teófila Martínez apelando a nuestras particularidades físicas. Más de 60 millones de euros, que se dice pronto. Por fortuna, el número de extranjeros en la capital gaditana va en aumento y en solo cuatro años ha crecido un 15%. Ellos son nuestra tabla de salvación, así que estamos obligados a regular su llegada y a convivir. De lo contrario, como ya decía el gran Selu allá por los 90, «vamos a terminar nosotros huyendo de aquí en patera».