OPINIÓN

Murallitas de Cádiz

Las fortificaciones gaditanas tardaron un siglo y medio en construirse; en poco más de un siglo se han destruido gran parte de ellas

Felicidad Rodríguez

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Una vez Cádiz fue tan importante y apetecible que estuvo rodeada de murallas por todos lados para evitar ataques y ocupaciones indeseables. Pero de aquellas murallas y fortificaciones queda lo que queda. Un paseo por el Pópulo nos muestra los arcos de entrada a la vieja ciudad medieval y lo que, podemos imaginar, fuera el Castillo de la Villa, luego Castillo de los Guardia Marinas. Estos últimos se fueron y el castillo desapareció.

Adolfo de Castro, ya a mediados del siglo XIX, lamentaba que de aquel «hoy solo se conserva el solar y mañana apenas se conservará la memoria». La explosión de Cádiz terminó por darle la puntilla y de su memoria para que vamos a hablar. Con el tiempo los gaditanos se multiplicaron, el recinto se quedó pequeño y la ciudad creció más allá de sus defensas medievales. Así que hubo que pensar en levantar otras fortificaciones porque Cádiz seguía siendo apetecible. Las primeras no tuvieron que ser muy eficaces ya que no impidieron el saqueo de los ingleses. Parece que hubo fuertes discusiones entre el conde de Essex, partidario de quedarse con la ciudad como centro logístico de operaciones, y otros que abogaban por destruirla.

Ganó el mal gusto y quemaron Cádiz antes de irse. Como Cádiz no dejaba de resultar apetecible, Felipe II decidió que ya era hora de dotar al enclave gaditano con las defensas que se merecía. No tuvo en cuenta el hombre que aquí las cosas son siempre lentas. Dos años después del ataque inglés empezó a construirse el baluarte de Santa Catalina; hubo que esperar 74 años para el de la Candelaria y treinta y tantos más para el de San Sebastián. Para cuando se terminó, a mediados del siglo XVIII, el frente de Puerta Tierra ya nos habíamos hecho «casi» amigos de los ingleses; menos mal que llegamos a tiempo para la invasión napoleónica. Tanto esfuerzo y tiempo invertido no fue suficiente para impedir que luego gran parte de las defensas fueran desmanteladas.

Era opinión común, ya a finales del siglo XIX, que las murallas eran, en gran parte, las culpables de la decadencia gaditana. El tiempo ha venido a demostrar que tal acusación no tenía suficiente fundamento y que, puestos a buscar culpables, las fortificaciones han tenido un protagonismo menor. La destrucción, a golpe de piquete, continuó en el siglo XX mientras que, en el nuevo milenio, la estrategia demoledora es más económica; basta que lo que queda se desmorone solo. Sin embargo, aunque en estos tiempos no es previsible que nos ataquen, o al menos eso espero, Cádiz sigue siendo apetecible; de hecho, nuestra ciudad está de moda en ese sector, el turismo que, aunque para algunos representa la peor de las invasiones, a muchos otros más les da de comer.

Y lo que nos queda de las fortificaciones podría, con una estrategia integradora de todos los espacios y con la implicación de todos los que tienen que ver con unas y con otras, hacerla mucho más apetecible. Ejemplos no faltan en otros lugares, Dubrovnik, Carcasonne o la también muchas veces asediada Cartagena de Indias. Las fortificaciones gaditanas tardaron un siglo y medio en construirse; en poco más de un siglo se han destruido gran parte de ellas. Esperemos que, en poco tiempo, seamos capaces de dar el valor que merecen a las que nos quedan.

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