opinión

Una locura

«Vivimos tiempos complicados, aquí y fuera de aquí, pero es que aquí nos empeñamos en mordernos unos a otros»

Enrique García-Agulló

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Conste fin de semana tenía previsto escribir sobre ese lance que se está produciendo en la sanidad pública o, quizás, de Cádiz, por lo sucia que está y la conveniencia de un lavado contundente con agua a presión, cepillo, jabón y desinfectante que despeje tanta cochambre.

Lo de los médicos es muy singular porque es tendencia creciente de los egresados de sus facultades optar por el empleo público y, claro, caen en lo que caen los funcionarios, que sí que tienen un sueldo garantizado, pero que, con el paso del tiempo y las escaseces, la cosa como que no rinde y, encima, el político de turno les exige más porque la gente quiere que el bienestar social prometido se cumpla. Ojalá se llegue pronto a acuerdo con tan buenos profesionales y vuelvan las aguas a cauces tranquilos. Y, hablando de aguas, las lluvias harán algo en las calles, sí, pero también podrán atascar husillos y sumideros si no se limpian antes.

Como dicen ahora los que inventan frases, en España hay pendiente mucha plancha. Nuestros gobernantes y sus aliados siguen entretenidos en no sé cuántas clases de familias tiene que haber, en lo del sí es sí, en lo de los animales y las mascotas, la exhumación de Franco o que las ministras del PSOE vayan en una manifestación y las de Podemos a otra mientras el presidente, según sus usos y costumbres, vuelve a intentar meter de rondón a dos propios en el Tribunal Constitucional por la vía del ordeno y mando. «Pues ya está».

El pueblo, desde el confinamiento, medio adormecido y distanciándose cada vez más de la clase política que es la que maneja aquí el cotarro, 'carpe diem', cansado ya de tanta desidia y enfrentamiento, de tantas subidas de precios o de tantos puestos perdidos de trabajo, sin capacidad casi de calibrar ya debidamente el riesgo tan enorme que supone para un ciudadano dejar que sus gobernantes hagan los que les dé la gana en esta suerte de locura social promovida por los que empezaron con un 'No es No' trayéndonos ahora a este 'Sí es Sí'.

Vivimos tiempos complicados, aquí y fuera de aquí, pero es que aquí nos empeñamos en mordernos unos a otros. Este jueves, mientras nuestra selección intentaba lograr al ocaso del día un sitio en el campeonato de fútbol, el gobierno iniciaba los trámites para borrar del código penal que, precisamente, hicieron los socialistas en 1994, el delito de sedición, cosa que nuestros vecinos nacionalistas del nordeste propugnan como natural y propio.

Como muchos españoles he vivido la Transición y sus primeros años de la UCD y del PSOE. Hasta los del PP. Pero nos tocó ZP y todo empezó a cambiar abriéndose de nuevo el camino guerra civilista que ya creíamos haber tenido amortizado para entendernos. Los que hicimos el 78 lo sabemos bien y por eso nos espantamos ante esta descarada tendencia gubernamental, ufana de sus pactos destructores, que desprecia la generosidad de Estado y engendra que los españoles nos llevemos fatal con otros españoles. Y, sobre todo, que se excluya el entendimiento entre los diversos y se ensalce la animadversión y hasta el odio como los que originaron los fatídicos años de mitad del siglo pasado.

Estamos inmersos en una loca vorágine en cuyo seno cada día se cuecen más leyes de ideología partidista y se taponan más iniciativas sobre lo que el país necesita para vivir y crecer. Y aunque sea un gobierno cuanto menos pintoresco, (ver currículos en la página de La Moncloa), me da verdadera pena que en el mismo haya dos o tres funcionarios de nivel y hasta tres jueces que también se han dejado absorber por tamaño veneficio. Suárez, Felipe, Martorell, Guerra, Aznar, Rubalcaba, fueron hombres de Estado. Los de hoy, no. Se han apalancado en esa revancha trasnochada que nos lleva directos al ansiolítico. Y, encima, los médicos de huelga.

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