OPINIÓN
De dos
Y, mientras, en el patio de butacas, Sánchez y sus conmilitones esperando el final de este diálogo de sordos
España no es una unidad sino una dualidad siempre enfrentada y, vistos los resultados electorales, irremediablemente seguiremos así hasta que no le pongamos coto. No sé cómo se comportarían los primeros pobladores de esta península Ibérica desde Atapuerca hasta que llegaran fenicios, griegos o romanos, pero me da que también a la gresca.
Nuestra Historia ha construido un relato permanente de unos contra otros que, a lo que se ve, y a lo largo de tantos siglos, todavía se padece ahora. Hispanos contra romanos, godos contra hispanorromanos, hispanos godos contra musulmanes, católicos contra protestantes, criollos contra metropolitanos, liberales contra absolutistas, izquierdas frente a derechas o independentistas frente a constitucionalistas. Como si no tuviéramos remedio. ADN marca de la casa. Una calamidad y caldo para leyendas negras.
Es verdad que hemos tenido algunos episodios de lucidez que han dejado pacífica huella entre nosotros y que, quizás por eso, sean recordados con buen sabor por muchos, como algún reinado o nuestra Transición que nos ha durado casi 40 años. Pero pocos más. Ni tan siquiera aquel prodigio de monumento político que fue la Constitución de 1812 que tuvo tan corta vida. Goya pintó esto muy bien con sus garrotazos. Machado lo versificó mejor y Serrat lo cantó de maravilla.
A la vista de lo acaecido en estas pasadas elecciones, el centro y la derecha han obtenido notorios resultados frente al total de socialistas, comunistas e independentistas y, esto, que en cualquier país de nuestro entorno no dejaría de ser, con todas sus connotaciones de debates y discusiones, más que una situación devenida de natural análisis y examen, aquí se ha vuelto a convertir en un nuevo «casus belli» entre unos y entre otros, los míos y los tuyos. ¡Qué poco piensan en nosotros!
Con estos calores la bicha del enfrentamiento ha vuelto a despertarse y lo que podría ser, con todas las facultades que nuestras leyes conceden al presidente del gobierno, (y sus limitaciones también), una nueva llamada a las urnas, se ha vuelto a convertir en otra confrontación, queriendo Sánchez dejar aislados a los comunistas que han de ponerse a conseguir candidaturas, al PNV como pañuelos de usar y tirar o a los de Bildu, de quienes tanta ayuda pidió y a quienes tantos favores políticos dio, cabreados. Ha convocado elecciones para el 23 de julio enfrentándose incluso a lo que nominalmente podría ser aún su gente que ya se han alzado puño en alto para intentar corregir sus desmanes. Bueno, los del nordeste, siguen a lo suyo, aburriéndonos cada día más, buscando a ver qué trincan ahora con esta resaca.
A mí, jubilado y viviendo en la costa, me da igual cuando las pongan, pero me llama la atención ese caudillismo icónico y cuasi franquista por lo del mes de julio. En vacaciones, como para intentar coger a la gente desprevenida y con el pie cambiado otra vez. Como en aquella obra de «Las bicicletas son para el verano». O como le pasó a un abuelo mío que le cogió el principio de la guerra en un balneario del norte con mi primo mayor.
¿Y por qué empezaba hablando de dos? Pues porque ahí tenemos presente lo de VOX y sus exigencias. Otra vez dos: «Si el PP no quiere pactos, que gobierne la izquierda», ha dicho su líder. «Que gobierne la lista más votada», dice el PP. Y, mientras, en el patio de butacas, Sánchez y sus conmilitones esperando el final de este diálogo de sordos.
Hay gobiernos que no admiten dilación en su composición como los municipales, claro, pero los autonómicos pueden tener otro desarrollo. Y, sobre todo, pasadas estas elecciones, a unos y a otros les quedan cuatro años más para dirimir sus cuestiones de otra manera que poniendo ahora los pies en la pared.
Transición, ¡cuánto te echo de menos!
