El código penal de la manada

Lo que está pasando en España, si no tuviera antecedentes tan trágicos, es de mamarracho

Enrique García-Agulló

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Cada vez es más complicado hablar de política porque no hay día en el que casi como que le salte encima un misil retransmitido además en directo, primero por las atrevidas redes sociales y, de inmediato, encajado en la prensa y los informativos de radio o televisión con un análisis más profesional.

Pero la culpa no es de la información, sino de la formación. Mejor, de la transformación de muchos de estos personajes que se han llevado nuestros votos para representarnos en el templo de la soberanía nacional, hoy situada de otra manera por las ambiciones partidistas y de determinados elementos que han hecho de esta noble tarea mercado y zoco, que no es otro el espectáculo que se está dando por parte de eso que pomposamente llaman «la clase política».

En esta singladura la izquierda ocupa el centro del podio, como ya le pasara en tiempos no tan lejanos, pero entre corruptelas y chismes se ha visto de nuevo enfangada en todo ese cenagoso panorama que nos están contando y que poco parangón más tiene si no fuere retrotrayéndonos a los tiempos de la II República con la cohabitación de socialistas y comunistas, o a la Junta de Andalucía donde creo recordar que también acabaron tarifando. En fin, son esas cosas suyas de no saberse si un día apuestan por una constructiva socialdemocracia u otro simplemente por las barricadas.

España sabe cómo resultó aquel experimento de la II República y muchos aprendimos a conocer cuánto sufrieron muchísimos españoles por causa de los políticos, de entonces y de después. Una guerra fratricida que asoló la nación casi como la que padecen hoy sirios o ucranianos. Y luego, miseria, hambruna, aislamiento internacional, hecatombe económica, mucho dolor, un largo exilio o una enorme deuda.

Pertenezco a una generación que no hizo guerra alguna. Una generación que no conoció en su intensidad las limitaciones y las ausencias de antes pero que tampoco nadaba en la abundancia, pero una generación que empezó a preguntarse por qué había españoles en el exilio y que quiso buscar la reunión de todos. Testigo de una sociedad que empezaba a modernizarse y a beber en otras fuentes con nuevos pensadores que arriesgaban su libertad por sus predicamentos pero que fue la que vio crecer la industria, surgir los sindicatos o la agitación de las aulas.

Entre los de dentro y los del exilio, entre contubernios y confinamientos, fue enraizándose la Transición, libertad sin ira, a la que la mayor parte de los españoles optamos para entendernos desde el respeto a nuestros diversos sentires y cerrar ya la queja orteguiana del «no es esto, no es esto» o la unidad de destino en lo universal.

De nuevo, los tenemos en el gobierno llegados al mismo por anómalas circunstancias, que no por los votos. Disfrazados por el momento de «peterpanes», tienen entre sus manos el bienestar de todos nosotros y están aprovechando de nuevo la coalición para empeñarse antes en sus ideas que en el interés general al que, obviamente, han dejado fuera de la hoja de ruta.

Ahora, cara a las próximas elecciones, han vuelto a sacarles las uñas a los socialistas con sus posturas cerradas y tirando de nuevo con un eslogan, lo del código penal de la manada, para arrinconarlos en su imaginaria parcela de la ultraderecha cuando este código, llamado por los propios socialistas el código penal de la democracia, precisamente fue firmado el 23 de noviembre de 1995 por su principal adalid, Felipe González.

Lo que está pasando en España, si no tuviera antecedentes tan trágicos, es de mamarracho y me da que nos estamos metiendo en un charco grande cara a lo del semestre europeo que está por venir en pocos meses con todo un patético esperpento adobado de eslóganes y posturas que solo acaba de empezar.

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