OPINIÓN

Cita previa

La clase política, entrenada ya en el desapego con la sociedad como el mundo bancario con su clientela

Enrique García-Agulló

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Quería compartir con ustedes el desamparo en el que nos encontramos los ciudadanos frente a cualquier departamento nacional, autonómico o local a la hora de interesar algo de la Administración ya que, desde la pandemia, cual cibernético leviatán, cerró sus puertas y no las ha vuelto a abrir.

El fantasma de la petición de cita por internet o por teléfono es un verdadero problema para muchas personas que no están acostumbradas a la informática o que se desesperan ante teléfonos que nadie coge o que se si cogen, se enfrenta uno a un tortuoso laberinto de petición de datos, una y otra vez, hasta que, oh, fatalidad, se cuelga la llamada dejándonos en un irritante «pi,pi,pi»…

He pasado a lo largo de mi vida por toda clase de situaciones para cobrar mi sueldo. En mano, cuando a final de mes se me pagaban en un sobre billetes y monedas hasta que me dijeron que «por ley» tenía que abrir una cuenta corriente para cobrar y se acabó lo del sobrecito sometiéndonos desde entonces al imperio de la Banca.

Nos sacaron del antiguo régimen del dinerito en casa y nos llevaron a otro nuevo de modernas oficinas con un número considerable de empleados que nos atendían desde sus ventanillas. Las cartillas y las chequeras imperaban porque no habían llegado aún las tarjetas, pero, ay, cuando ya nos tuvieron en sus manos, empezaron a echar empleados y a cerrar ventanillas dejando abierta a lo más una con distintos horarios según gestiones que atender. La coba iba en aumento. De toda aquella oferta bancaria hasta con intereses remuneradores al principio pasamos a la mínima presencia y al cobro de comisiones de todo tipo por tener abierta la cuenta bancaria.

Con el cierre progresivo de oficinas triunfó el imperio de los cajeros, nuestro penúltimo interlocutor, al tiempo que nos abrían las posibilidades de «operar con la banca online», el penúltimo bofetón que acabó con las relaciones personales previo a ese deprimente espectáculo del cierre de aquellas oficinas que la Caja Postal tenía en cualquier localidad española, en Correos o hasta en la tahona del pueblo más pequeño, y que había estado atendiendo hasta entonces lo que ahora se llama España vaciada.

La clase política, entrenada ya en el desapego con la sociedad como el mundo bancario con su clientela, aprovechando lo de la pandemia, en nuestro momento de mayor debilidad, dio con este fenómeno de la cita previa con el resultado de que ahora, resuelta ya mayormente la cuestión sanitaria, aún para cualquier gestión en una España partida por cuatro competencias, se tenga uno que hacer con la dichosa cita previa porque se acabó por siempre y jamás aquello de ir personalmente a las oficinas de la Diputación, del Ayuntamiento, de la Junta o del Gobierno central.

Desde el inicio de la transición a hoy hemos pasado de tener 750.000 funcionarios a los casi 3 millones que ahora tenemos, provistos, además de toda suerte de ordenadores que supuestamente adelantan muchísimo la faena. Y, encima, además de todos esos millones de empleados públicos, tiene la ayuda de todos esos otros trabajadores de tantas ONG que, a cargo del Erario, trabajan para la cosa pública con unos sueldos bastante más bajos haciendo más o menos lo mismo. En fin, que de súbditos pasamos a ciudadanos y, de ciudadanos, a usuarios de un gran sistema informático que nos tiene controlados y al que tenemos que acudir sí o sí.

No obstante, y estando en la fecha en la que estamos, sin necesidad de cita previa, hecho este desahogo, me permito notificarles que. si les apetece, acompañen mañana domingo a la una de la tarde al Club Liberal 1812 a poner sus flores en el monumento que en la Plaza de España se tiene erigido en homenaje a nuestra primera Constitución que hizo de aquella reunión de españoles una Nación de individuos.

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