OPINIÓN
El artículo 13
Me duele lo poco que le duró a España aquella primicia de un gobierno comprometido en la búsqueda de la felicidad de la Nación
Qué buenos principios reunieron las Cortes de 1812 al redactar aquel artículo 13 de nuestra primera Constitución: «El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política, no es otro que el bien estar de los individuos ... que la componen». Pero ese afán pronto empezó a decaer hasta volver a emerger en nuestro actual Primer Código que, en su preámbulo, deja también otra visión generosa al proclamar que «la Nación española, deseando… promover el bien de cuantos la integran», parece coger el testigo de aquella desiderata.
Alabo el mandato de ese artículo 13 y me duele lo poco que le duró a España aquella primicia de un gobierno comprometido en la búsqueda de la felicidad de la Nación ya que desde que se aboliera por siempre aquel bello texto, en vez de progresar en favor de los ciudadanos, se ha ido generando cada vez más el poder del Estado de manera que, tras aquel canto de libertad, el concepto de objeto del gobierno fue mutando y alojándose, primero, como parte de la Corona o, en tiempos más cercanos, en un entramado socio-jurídico con un sesgo más administrativo que político reforzando el poder del Estado. Sencillamente que, para la clase política, pronto dejó de gustar aquel primigenio compromiso.
En esta España nuestra, y ya tan ajena, que se adorna con esa guinda puesta en el pastel como una confederación áulica que desde sus parcelitas apoya este gobierno para llevarse lo que puedan, no sé yo quiénes puedan mirar con gusto cualquier acción de gobierno y, muchas veces, también, hasta de oposición, por tanto jaleo y tanto lío como producen.
¿Qué vamos a dejar tras nosotros, que somos los que hemos permitido su abandono con nuestros egoísmos, la fácil crítica, la frivolidad o el desapego de la cosa pública?
La política no es poder. El poder es un digno compromiso de la política que ha de permitir como principal función la del entendimiento, abertura del camino hacia la felicidad del común y, desde ahí, la administración, que es cosa de todos. Con las mayorías necesarias, sí, pero intentando la colaboración de las minorías o de la oposición y torciendo desacuerdos a través del diálogo.
¿Estamos satisfechos con esta política? ¿Y estamos reconocidos entre nuestros iguales? El tiempo pasa y cada vez parece que contamos menos en nuestras alianzas naturales. ¿Qué podrá venir después, quizás Puebla en vez de Bruselas? Seríamos menos felices.